El 30 de septiembre de 1930 las calles de La Habana vieron caer al joven Rafael Trejo González, víctima de las balas asesinas de los esbirros del dictador Gerardo Machado.
Cuentan que, para la ocasión, vistió con un traje deteriorado, y se puso un viejo sombrero de pajilla, que había pintado de aluminio, en señal de protesta.
Para culminar su atuendo, arrancó la hoja de un almanaque que marcaba ese día, y la colocó en el sombrero. Acto seguido, dijo: “Te voy a poner aquí: porque tú, 30 de septiembre, vas a entrar en la Historia de Cuba”.
No imaginaba el joven la dimensión de sus palabras.
Para esa jornada, los jóvenes universitarios convocaron una manifestación para oponerse a la prórroga de poderes del tirano, así como exigir su renuncia. Trejo estaba entre los organizadores.
Natural de San Antonio de los Baños, en la actual provincia Artemisa, comenzó en 1927 a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Allí conoció a Raúl Roa, quien lo recordó como “un mozalbete de pelo lustroso, tez trigueña, bigote mongol, torso amplio y ágil musculatura”.
Trejo confesó a su amigo: “Voy a matricularme en Derecho Público y en Derecho Civil. Creo que he cogido la carrera más acorde con mi vocación y temperamento. Desde hace muchas noches sueño con el estrado; pero no creas que mi aspiración es hacerme rico a expensas del prójimo. Mi ideal es poder defender algún día a los pobres y perseguidos”.
Pronto se hizo sentir en la Casa de Altos Estudios. Allí se vinculó con las acciones desarrolladas por los educandos contra la dictadura. El 30 de septiembre de 1930, los jóvenes inicialmente se propusieron honrar al digno profesor Enrique José Varona, con motivo del cincuentenario de su primer curso de Filosofía.
La manifestación se dirigió al Palacio Presidencial para exigir la renuncia del tirano.
Los esbirros, a fin de detener a los participantes, desplegaron policías y batallones del ejército: “emplazaron ametralladoras en distintos sitios estratégicos de la capital, se reforzó la guarnición del Castillo de la Fuerza y los escuadrones del Tercio Táctico fueron acuartelados en el Campamento de Columbia”, destacan las crónicas de la época.
Inmediatamente que los manifestantes comenzaron a bajar la escalinata, los policías los atacaron.
A partir de entonces, se vivieron momentos intensos. En San Lázaro e Infanta, cayó herido Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello fue detenido cuando trató de auxiliarlo; en tanto, Trejo, en Jovellar e Infanta, se enfrentó “cuerpo a cuerpo” a un policía, que no dudó en dispararle. El joven fue trasladado al hospital Emergencias.
Allí coincidieron Trejo y Pablo, el segundo después escribiría: “Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó Rafael Trejo cuando lo subieron a la Sala de Urgencia del Hospital Municipal, sólo unos minutos después que a mí, y lo colocaron a mi lado. Yo estaba vomitando sangre y casi desvanecido de debilidad. Pero su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible…”
Después Pablo escuchó cuando un médico decía que “a aquel pobre muchacho no lo salvaba ni Dios”. Y recapacitó en la sonrisa de Trejo. Para él fue “como un adiós que recibía en condiciones de angustia invencible”.
Los vaticinios se cumplieron. Cerca de las 10 de la noche falleció. Tenía tan solo 20 años de edad. El 2 de octubre, estudiantes y hombres y mujeres de pueblo se unieron para darle el último adiós al joven que puso su vida al servicio de la Patria.