La Habana, 21 may (ACN) Cuando la calurosa tarde golpeaba hoy sobre los graderíos del estadio José Ramón Cepero, una ovación desató la furia del concreto.
El rugido no fue por un cuadrangular, ni por un ponche con bases llenas. Fue por un sencillo. Por un golpe seco, crudo, preciso. Por la rectitud de un swing desprovisto de adornos. Fue por Yordanis Samón.
A sus 43 años, Samón ya no corre como antes, pero su bateo sigue siendo un rito sagrado. Lo demostró en el octavo episodio del segundo duelo semifinal de la III Liga Élite del Béisbol Cubano, cuando, con el juego cerrado 3-2, el granmense soltó un imparable que llevó al plato la carrera de la tranquilidad.
Ciego de Ávila ganó 4-2 a Industriales y puso la serie 2-0. Pero más allá del resultado, lo que quedó grabado en la retina colectiva fue la estampa de ese veterano sin guantillas ni artificios, golpeando la pelota como si la juventud le corriera aún por las venas.
Samón, el trotamundos. Así le llaman desde hace tiempo, desde que dejó la tierra de los Alazanes para vestir los uniformes de Matanzas, Industriales, Camagüey y cuanto equipo necesitara su fuego ofensivo.
Con más de .340 de average, más de 200 cuadrangulares y una montaña de dobles —es el segundo máximo acumulador de todos los tiempos en ese renglón—, construyó una carrera donde la constancia fue su emblema. Y, sin embargo, el título se le negó una y otra vez. Le endilgaron la fama de "ave de mal agüero", como si su madero implacable pudiera ser maldición.
Pero la pasada Liga Élite torció la narrativa. Matanzas lo pidió de refuerzo. Y con los Cocodrilos, Samón alzó por fin un trofeo que la vida parecía haberle vedado. No celebró con alardes: lo hizo con la mirada de quien ha resistido demasiado como para perder tiempo en festejos vacíos.
En esta semifinal, el director Danny Miranda lo eligió para reforzar a sus Tigres, un equipo que lideró la fase regular más por su pitcheo que por su ofensiva. Y la decisión ha sido oro.
Si ayer lo colocaron como quinto bate, escoltando a Frederich Cepeda, su impronta bastó para que Industriales le regalara tres boletos intencionales. Hoy, Miranda cambió las piezas: Samón bateó tercero, delante del legendario espirituano, obligando al rival a desafiarlo.
Su rendimiento, con un average de .414 en la clasificatoria, es la confirmación de que la edad no borra la amenaza. Que aunque ya no lo llamen a vestir la camiseta de Cuba —quizás por prejuicio, quizás por calendario—, su swing sigue dictando sentencia.
En el Cepero, la fanaticada lo ovaciona como si fuera uno de los suyos. Y él responde con esa seriedad sobria, casi campesina, de quien no necesita disfraces. Samón no lleva coderas, ni antebrazos acolchonados, ni guantillas de colores. Solo sus manos curtidas, su concentración felina y una mecánica de bateo que parece salida de otro tiempo, de una escuela que ya no existe, donde lo importante era producir y no brillar.
Cada vez que se para en el plato, uno intuye que algo puede pasar. No hay swing de lujo ni coreografías, pero sí la promesa de un batazo oportuno, de una línea que parte el diamante en dos, de un veterano que resiste con dignidad el paso del tiempo y las etiquetas ajenas.
Yordanis Samón no necesita redención: su carrera habla por él. Pero cada vez que impulsa una carrera decisiva, lo que hace es reescribir su historia. Borra las páginas donde lo tacharon de gafe, y escribe otras donde es líder, amuleto, leyenda viva.
El Cepero vibra. Los Tigres rugen. Y en medio del estruendo, un sencillo vale más que mil fuegos artificiales. Porque en el béisbol, como en la vida, a veces los héroes no tienen capa… solo un bate y convicción.