Dos patriotas llamados Tomás resultaron decisivos para que el moncadista artemiseño Ramón Pez Ferro, lograra salvar su vida, luego de las acciones del 26 de julio de 1953.
El primero fue Tomás Álvarez Breto, camarada de ideas y de combate, quien procedía del barrio artemiseño La Matilde. Era alegre, cariñoso, trabajador y humilde, como la mayoría de sus compañeros. Cuando partió a las acciones del Moncada, dejó atrás a sus dos pequeños hijos; Sergio tenía fiebre, y a la niña, Gilda, le prometió que le traería una muñeca.
Del otro, un viejo mambí nombrado Tomás Sánchez, poco se supo, solo que fue uno de los tantos héroes anónimos que, con machete en mano, se enfrentó al ejército español por la independencia de Cuba. Las circunstancias de la vida, permitieron que su nombre quedara grabado en la memoria del muchacho, al que protegió como si fuera un hijo.
En aquella madrugada del 26 en Santiago de Cuba, el joven tuvo el privilegio de ir en la primera máquina que salió de la Granjita Siboney, conducida por Abel Santamaría. “Nos correspondía el mismo objetivo: tomar el hospital civil Saturnino Lora. Con nosotros iba también Tomás Álvarez Breto. Yo era uno de los más jóvenes del contingente, tenía 19 años”, afirmó en una entrevista que le realizamos hace algunos años.
Según él, durante el recorrido, Abel les explicó la misión que tendrían: “la toma del frente del cuartel, la audiencia y el hospital, que las dos últimas iban a ser de apoyo, porque había visibilidad ya que están prácticamente pegados a la instalación militar, y desde el piso se podía disparar contra el polígono, en caso de que hubiera fallo en la toma de esta”.
La instalación se tomó sin resistencia e inmediatamente se dirigieron a sus posiciones. Desde los ventanales de ese piso los revolucionarios podían ver todo el movimiento de los soldados, y disparaban. Finalmente, agotaron las municiones. Fidel se percató de que era grande la diferencia. Falló el factor sorpresa y se ordenó la retirada, para continuar después la lucha.
El líder de los moncadistas ordenó a Fernando Chenard Piña que avisara a los que se encontraban en la Audiencia y los del hospital. Pero Chenard fue detenido en el camino. Los de la Audiencia lograron salir, pero el resto, no.
Los militares rodearon el hospital, que estaba detrás del cuartel. Abel planteó que no tenían municiones y no podían salir a romper el cerco. Si salían, con seguridad, los iban a liquidar. Se dieron algunas ideas, pero ninguna progresó.
Dentro de ese inmueble se encontraba también el viejito, que era veterano de la Guerra de Independencia, a quien se reconocía por la medalla que llevaba puesta. Él se había operado de una hernia.
El mambí salió a ver lo que pasaba y se brindó para ayudar. “Cuenten conmigo. Yo soy veterano y todavía sé tirar”, dijo.
En ese momento, a Tomás Álvarez se le ocurrió decirle: “Aquí ya no se puede hacer nada, pero por qué usted no ayuda a este compañero, y lo hace pasar por su nieto porque se le parece”.
Entonces el veterano miró con curiosidad a Pez Ferro, quien, ya con la ropa de civil, parecía tener unos 15 años. Sin dudarlo y como muestra del valor del que era capaz, respondió que sí: “Que venga conmigo que voy a decir que es mi nieto”, añadió.
Fue así que cuando llegaron los guardias, buscando y registrando por todas partes, no se fijaron en el muchacho artemiseño. Fue cuando el viejo patriota llamó al jefe de la patrulla y le pidió que sacara a su nieto de allí, que lo había cuidado durante la noche y ahora la mamá debía estar muy preocupada. Y el militar le respondió que la familia de los veteranos no tenía problemas, que él lo iba a sacar.
De forma casual, Ramón Pez Ferro supo el nombre de su salvador. “En las camas de los hospitales las historias clínicas se ponían en una tablilla en la cabecera. Al sentarme a su lado, leí su nombre, nunca lo olvidé”, aseveró el único de los moncadistas que sobrevivió al asalto del antiguo hospital civil Saturnino Lora.