Mientras Cuba se prepara para enfrentar la devastadora embestida de un huracán categoría 5, un enemigo implacable, el bloqueo de Estados Unidos, ejerce su asfixia sin tregua.
La crueldad de esta política se manifiesta en momentos de crisis, revelando la profunda indiferencia, e incluso el desprecio, que las administraciones estadounidenses y sus voceros mercenarios demuestran hacia el bienestar del pueblo cubano.
Es imperdonable que, en el umbral de una catástrofe natural de esta magnitud, las medidas de un cerco que estrangulan la economía y limitan el acceso a recursos esenciales continúen intactas.
Las consecuencias de estas sanciones van más allá de lo económico; se traducen en vidas en riesgo y en una capacidad de respuesta mermada ante desastres naturales que ya de por sí suponen un desafío formidable.
Ni la administración norteña ni sus propagandistas más acérrimos parecen conmoverse ante la vulnerabilidad de millones de cubanos frente a la furia de la naturaleza. Nunca les ha importado, aun en situaciones complejas su respuesta es arreciar sus medidas absurdas.
La retórica de "democracia" y "derechos humanos" se desmorona ante la realidad de un bloqueo que impide la adquisición oportuna de materiales de construcción, equipos de protección, generadores eléctricos de emergencia, medicamentos vitales y suministros básicos necesarios para la evacuación y la reconstrucción post-huracán.

¿Acaso se imaginan a las familias cubanas enfrentando vientos de más de 250 km/h sin la infraestructura adecuada, sin la posibilidad de importar fácilmente las herramientas para asegurar sus hogares o sin acceso a la tecnología más avanzada para la predicción y mitigación de desastres?
¿Cuánto tiempo y cuántos recursos se pierden? ¿Cuánto potencial de respuesta se ve obstruido, por la imposibilidad de adquirir a precios justos y con celeridad lo que es indispensable para salvaguardar seres humanos? El bloqueo no solo dificulta la reconstrucción, también limita severamente la capacidad de preparación y respuesta inmediata.
La flexibilidad, incluso temporal, de estas sanciones coercitivas en un contexto de emergencia de esta índole no sería un acto de caridad, sino un reconocimiento mínimo de humanidad compartida y un paso lógico ante una situación de vida o muerte. La eliminación o flexibilización de ciertas restricciones podría significar un alivio.
Tendríamos, por ejemplo, la capacidad de importar de manera expedita materiales esenciales para reforzar viviendas, infraestructuras críticas y refugios. Esto incluye desde madera y láminas hasta maquinaria pesada para la remoción de escombros.
Sería mucho más fácil la importación de generadores eléctricos, sistemas de comunicación alternativos (radios satelitales, equipos de radioaficionados), kits de primeros auxilios y equipos de protección personal para los equipos de rescate y la población.
Tendríamos posibilidades de adquirir tecnología moderna para la predicción meteorológica, sistemas de alerta temprana más sofisticados y equipos de purificación de agua y saneamiento, cruciales tras el paso de un evento de tal índole.
Serían más ágiles los procesos logísticos para la entrada de ayuda humanitaria de diversas fuentes, eliminando trabas burocráticas innecesarias que el bloqueo impone. Tal flexibilidad daría acceso a alimentos e insumos médicos, por sólo mencionar dos sectores vitales.
En lugar de esta política de ahogo, Cuba podría movilizar sus propios recursos y los de la comunidad internacional de manera más efectiva, fortaleciendo su ya probada resistencia y mitigar el impacto devastador de un huracán categoría 5.
La terquedad en mantener un bloqueo que, en tiempos de desastre natural, se convierte en un arma de extrema crueldad es una muestra palpable de la deshumanización de la política exterior estadounidense hacia la Isla.
Cuba, como cualquier otra nación soberana, tendría la oportunidad de proteger a su gente ante la furia desatada de la naturaleza, sin tener que luchar también contra un enemigo impuesto. La vida del pueblo cubano no puede seguir siendo moneda de cambio en agendas políticas mezquinas de los Estados Unidos.
