Historias del playoff: Cepeda

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ACN - Cuba
Boris Luis Cabrera Acosta | Foto: Autor
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25 Mayo 2025

La Habana, 25 may (ACN) Mientras el sol de mayo caía hoy más fuerte que nunca sobre el cemento del Latinoamericano, una silueta se recortaba con la solemnidad de un mito: era Frederich Cepeda, el eterno, el inmortal, el último gran patriarca del béisbol cubano.

   No conectó el jonrón que quebró la paridad. No fue quien vació las bases de un swing. Tampoco salió ovacionado como héroe del día. Pero ahí estaba, entre los Tigres de Ciego de Ávila, como una raíz profunda que da sombra a toda la manada, como el tronco antiguo de un bosque que aún resiste los vientos del tiempo.

  A sus 45 años, Cepeda no juega por vanidad ni nostalgia. Juega porque su alma todavía arde. Porque su mente aún disecciona cada lanzamiento como un ajedrecista de tabloncillo y sus manos —curtidas de gloria— siguen siendo templo para la pelota.

   Danny Miranda, sabio domador de felinos, lo llamó no solo como refuerzo, sino como piedra angular del equipo y él respondió con el honor que solo poseen los hombres hechos de historia.

   Desde que se enfundó el uniforme de los Tigres, lo hizo suyo. Lo llevó con la dignidad de quien ha aprendido que la camiseta, más que tela, es símbolo. Miranda lo nombró capitán, y la cueva entera encontró en él algo más que experiencia: encontró refugio, consejo, coraje. 

   Hoy, mientras los avileños firmaban su boleto a la gran final con un 8-1 demoledor sobre Industriales, su impronta estaba en cada rincón de ese triunfo. Aunque no saliera en los grandes titulares, cada mirada buscaba a Cepeda.

   Fue él quien, en la sombra del bullpen, puso la mano en el hombro de Yunier Batista y le habló al oído con voz de fe. Fue él quien mantuvo la serenidad en el banco cuando el juego aún iba 2-0, sacudió con un sencillo oportuno al corazón azul y trajo una carrera que pesó como un disparo de advertencia. 

   Dicen que ya no está para estos trotes. Que debería pensar en el retiro. Pero Cepeda sonríe. Sonríe con esa mezcla de ironía y nobleza de quien ha sido rechazado después de darlo todo. 

   El último Clásico Mundial le cerró la puerta en las narices, pese a que su madero seguía hablando claro en cada torneo doméstico. Y ese dolor, él lo carga como una cruz invisible. Nunca lo ha dicho. No hace falta. Lo sabe el que lo ha visto mirar al horizonte después de una práctica, solo, con los ojos humedecidos de ausencias.

   Pero hoy no hubo tristeza. Hoy hubo victoria, certeza, redención. Los Tigres van a la final y Cepeda va con ellos, como va el fuego con la antorcha. Ronald Castillo pegó un grand slam, Jonathan Bridon voló la cerca, Marrero lanzó cinco entradas sin mácula… pero todo eso ocurrió en el universo que Cepeda ayuda a sostener, como un dios antiguo que no necesita rayos ni truenos para que su presencia sea sentida.

   La afición lo adora. Los niños corren a tomarse fotos con él. Los rivales lo respetan en silencio. Y sus compañeros lo siguen como se sigue a una luz entre la niebla. Porque saben que detrás de su andar sereno y su mirada noble hay una voluntad de acero que no se rinde, un corazón que late con el compás del béisbol cubano.

   Frederich Cepeda no juega para sumar números. Juega para sostener el alma de este deporte. Juega para que el béisbol siga teniendo memoria. Para que no se olvide que una vez hubo un hombre que, con la paciencia del sabio y la fiereza del guerrero, decidió no rendirse nunca.

   Y mientras los Tigres rugen rumbo a la final, allá va Cepeda. No al frente, no detrás. En el centro exacto de todo. Como siempre. Como debe ser.