La abolición de la esclavitud en Cuba, más que una necesidad de tipo económico y de planteamiento social, para los hombres que se lanzaron a la manigua redentora a conquistar con las armas la independencia contra la metrópoli española, constituyó desde siempre una premisa de vergüenza.
Cuando en 1851 el camagüeyano Joaquín de Agüero (1816-1851) optó por enfrentar al colonialismo ibérico por la vía bélica- junto a un grupo de sus coterráneos-, lo cual ocurría por primera vez en la Isla, ya antes había decidido darle libertad a sus esclavos.
Fue en enero de 1843 y lo hizo constar en un acta, en la cual señaló que, además, les propiciaba terrenos y aperos de labranza para su solvencia.
Por tal acción Agüero recibió citación de las autoridades de la localidad para interrogarlo acerca de los motivos de semejante decisión. La respuesta del principeño fue como un latigazo: "¡Cumpliendo un deber de humanidad y de conciencia!”
Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), iniciador de la primera gran guerra libertaria el 10 de octubre de 1868, también emancipó a la dotación que le servía en su ingenio La Demajagua la misma madrugada de la memorable fecha.
El 27 de diciembre de aquel año, el que sería por siempre para los cubanos Padre de la Patria, emitió en Bayamo una proclama como jefe del ejército mambí, en la cual se concedía la emancipación de los esclavos en los territorios de Cuba libre.
En el documento afirmaba que “la revolución de Cuba… ha proclamado con ella todas las libertades y mal podría aceptar la grande inconsecuencia de limitar aquellas a una sola parte de la población del país.”
Y precisaba: “Cuba libre es incompatible con Cuba esclavista; y la abolición de las instituciones españolas debe comprender y comprende, por necesidad y por razón de la más alta justicia, la de la esclavitud como la más inicua de todas.”
A la vez señalaba lo útil de que los liberados se sumaran a la fuerza insurrecta.
Pero Céspedes comprendía que no le convenía enfrentarse a los ricos terratenientes dueños de dotaciones y por ello dejaba en sus manos la decisión. Es decir, podía retenerlos.
Unas semanas después, el 26 de febrero de 1869, la Asamblea de Representantes del Centro, constituida este día en Sibanicú, Camagüey, por los insurrectos en esta región, y de la cual formaba parte Ignacio Agramonte (1841-1873), dispuso la abolición total de la esclavitud.
Años más tarde el patriota Manuel Sanguily calificó el decreto como “la más decisiva conquista de aquella década olímpica.”
Esta proclama sí fue radical en el tema de la emancipación de los esclavos e introdujo que los dueños de las dotaciones serían indemnizados y los hombres liberados, si estaban aptos, engrosarían las filas del ejército independentista.
La disposición de los insurrectos de terminar para siempre con la abominable esclavitud en Cuba se reafirmó luego, el 10 de abril de 1869, al proclamarse en el poblado de Guáimaro la primera Constitución de la República en Armas.
En su artículo 24 recogió: “Todos los habitantes de la República son enteramente libres.”
La abolición de la esclavitud demoró en aplicarse completamente en Cuba. El 13 de febrero de 1880 se inició de manera oficial con la aprobación de la Ley de Patronato, y terminó el siete de octubre de 1886 con el Decreto que la derogaba.
Está claro que ese era el sentir más limpio de los precursores y soldados por la independencia de la Patria, quienes no dudaron un segundo en llevar a la práctica una decisión de tanto arraigo en la sociedad colonial.
Lucilo Tejera Díaz | Foto Internet
13773
04 Febrero 2017
04 Febrero 2017
hace 8 años