Para Ariel Pestano Valdés, la vida cobra a partir de este mes, un significado diferente: de ahora en lo adelante verá el juego desde las gradas y quedarán para la historia sus logros como el enmascarado eficiente, profesional y sereno que llevó el béisbol de Cuba hasta lo alto de los podios en eventos internacionales.
Despedidas oficiales, reconocimientos y varios tributos más ponen fin a su vida activa como pelotero, aunque realmente dejó el diamante en el 2013, cuando le devolvió a Villa Clara el júbilo de ser campeón.
Este hombre de 42 años es una persona sencilla, leal, repudia la mentira y el engaño, se reconoce como un gran amante de su familia, y tiene en alta valía a los amigos.
Llevó por más de 20 años el 13 en su espalda desafiando el
misterio y maleficio que rodea a ese número en la cultura occidental, dígito que también figura en la matrícula de su auto, actitud propia de alguien como él, que se caracteriza por ser desafiante y confiado.
Con la sinceridad que le define dice que considera necesario
trabajar más con los muchachos que inician la vida como peloteros, rescatar la disciplina, la pasión por el equipo local, aspectos determinantes para un buen atleta, porque, recalca que el béisbol no solo se juega, sino que también se vive.
Considera acertada la posibilidad de que los peloteros cubanos puedan jugar en equipos profesionales, porque es una forma de mostrar al mundo la calidad del juego de la Isla, y también un beneficio económico para los atletas y el país.
Pestano asegura que no tuvo influencias durante los primeros años, solo le interesaba jugar y hacerlo bien porque nunca le ha gustado hacer las cosas por gusto, está convencido de que el empeño e interés en cada paso que se da en la existencia marcan la diferencia.
Entre sus momentos de dicha está la Olimpiada de Atenas 2004 cuando Cuba alcanzó el oro, también el nacimiento de sus hijos, y la victoria en la Serie Nacional 52, ocasión en la que los Naranjas vencieron a los Cocodrilos de Matanzas, capitaneados por el otrora pelotero villaclareño Víctor Mesa.
Sabe que son muchos los momentos felices porque el béisbol es una pasión, que se siente dentro, y así lo hizo durante todo el tiempo que salió al campo.
Refiere que entre los instantes más tristes de su vida está el día que su mamá falleció y cuando lo excluyeron de la nómina para el tercer Clásico Mundial, sin recibir la más mínima explicación.
Luego enfermó en repetidas ocasiones, y el malestar le dañó tanto que pensó abandonar todo el empeño. Fueron su esposa e hijos, sobre todo Arielito, catcher del equipo juvenil de Villa Clara , quienes lo instigaron a demostrar que era bueno.
Narra, con visible emotividad cómo un día se decidió, y sin temor le dijo a su hijo que iba a volver, porque un atleta en todo momento tiene que defender su camiseta.
Además, para que todos supieran que aún había que contar con él, porque estaba lleno de energía, profesionalidad y ganas de triunfar.
El resultado no pudo ser mejor, reconoce, mientras una sonrisa de satisfacción alegra el rostro que momentos antes mostraba desconsuelo.
Dispuesto a trabajar en el equipo técnico de Villa Clara, este
hijo de Caibarién dice adiós al juego activo, ya no verá más los
desafíos desde la privilegiada posición de receptor.
Ahora estará en otros sitios de los estadios enseñando e
instruyendo a los novatos que llegan ansiosos de saber y aprender, para continuar la tradición y reafirmar el nombre de su Patria en el gran universo beisbolístico mundial.
Marta Hernández Casas
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20 Septiembre 2016
20 Septiembre 2016
hace 8 años