Otro guardián de estirpe guerrera en Santiago de Cuba

Compartir

Aída Quintero
609
09 Septiembre 2016

A Santiago de Cuba le nació desde julio de 2013 otro guardián de estirpe guerrera en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, para acrecentar la vigilia permanente junto a la figura ecuestre del Titán de Bronce, símbolo de esta rebelde y heroica tierra.

Es una imagen gigante del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque emplazada a un costado del Teatro Heredia, que enaltece la ciudad legendaria que lo cautivó desde el primer día y siempre le reciprocó un cariño muy especial.

Dicen que su compañero de ideales, el General de Ejército y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Raúl Castro, expresó en una oportunidad que Almeida era el combatiente que más se parecía a Maceo, y ahora la historia unió para la eternidad en una plaza a estos dos héroes surgidos de las hazañas más sublimes del pueblo.

El guerrillero de la Sierra Maestra, devenido una de las personalidades históricas más prominentes de la Revolución, se alzó otra vez para estrechar la mano al bravo general de las guerras independentistas de Cuba en el siglo XIX, y ser centinela para neutralizar a todo aquel que intente apropiarse de los sueños de la Isla.

La obra lleva la inscripción Aquí no se rinde nadie, frase que él pronunciara  durante el combate con fuerzas de la tiranía de Fulgencio Batista en Alegría de Pío, al sur oriental, después del desembarco del Yate Granma, en diciembre de 1956, bautizo de fuego del futuro Ejército Rebelde con Fidel Castro al frente.

De la autoría del destacado artista de la plástica Enrique Ávila González es la escultura a relieve de la figura del Comandante rebelde, develada en ocasión del aniversario 60 de la gesta del Moncada.

Colocarla en el Teatro Heredia tiene su sentido, pues el legado de Almeida va más allá de la lucha revolucionaria, al incursionar en el arte como escritor y compositor musical, facetas que lo avalan sus más de 300 canciones y una docena de libros.

Igual que José María Heredia fue un cantor de la Patria, que puso poesía en cada obra erigida y música para reflejar la alegría del pueblo en sus afanes y victorias, en la edificación de una nación que renacía.

Hombre de cultura, mereció el Premio Casa de las Américas en 1985 por Contra el agua y el viento, texto conmovedor que revela magistralmente los hechos ocurridos tras el paso del ciclón Flora por el archipiélago, en 1963, al tiempo que en La única ciudadana, volumen publicado en 1985, evoca los tiempos de la Sierra Maestra.

Canciones como La Lupe, Este camino largo, Mejor concluir, Vuelve pronto y Mejor diciembre lo trascienden, mientras  Dame un traguito y Déjala que baile sola lo acreditan como un importante compositor de música popular cubana.

Juan Almeida Bosque es de esos hombres excepcionales que desde las privaciones de su cuna humilde, en el reparto Los Pinos, de La Habana, creció y se forjó con los más altos valores y el ferviente anhelo de redimir a su suelo.

Bravura y entereza distinguieron su temple en el combate. Nadie dudó ante su nombramiento en febrero de 1958, como Comandante, ni de la importante misión puesta sobre sus hombros por Fidel, la de organizar y dirigir el III Frente Oriental Mario Muñoz Monroy para potenciar la ofensiva hacia la plena soberanía nacional.

Al triunfo asumió responsabilidades que cumpliría con igual disciplina y pasión, y que pudieran sintetizarse en las de más altas jerarquías: miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba y de su Comité Central, Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular por Santiago de Cuba y vicepresidente del Consejo de Estado.

Entre las numerosas medallas y condecoraciones que premiaron sus méritos, ostentó la  Orden Máximo Gómez de Primer Grado, y sobre el  pecho del poeta combatiente relució la Estrella de Héroe de la República de Cuba.

El 11 de septiembre del 2009 el corazón de Juan Almeida Bosque dejó de latir y, atendiendo a su voluntad, los restos mortales fueron inhumados con honores militares en el Mausoleo del III Frente Oriental, del que fue fundador y su único jefe.

Cada rincón de Cuba le rindió tributo de reconocimiento y cariño a su memoria, en especial en la base del monumento a Antonio Maceo de Santiago de Cuba, ciudad a la cual amó hondamente, donde combatió a las fuerzas de la tiranía y después trabajó al frente del Partido, como Delegado del Buró Político en la antigua provincia de Oriente.

El homenaje póstumo fue conmovedor, cuando al paso del féretro cubierto con rosas blancas y la Bandera Cubana el pueblo lo lloraba y cantaba al compás de La Lupe, frente al Antiguo Ayuntamiento, en el Parque Céspedes,  o de otras de sus obras emblemáticas camino a la Plaza de Marte o a la Ciudad  Escolar 26 de Julio, en el antiguo cuartel Moncada, del que fue uno de los intrépidos asaltantes.

En estos años de ausencia física se ha acentuado más entre la gente el recuerdo de su ancestral modestia, su sonrisa franca, su diálogo espontáneo en cualquier calle o esquina, y su manera diáfana de tratar al combatiente, al obrero, al artista, al pueblo.

Para honrarlo nunca faltan flores en el mausoleo,  en la cima de la loma de La Esperanza, que atesora los restos del comandante Almeida, su padre Juan Bautista, su madre Rosario Teudola y 38 de sus compañeros caídos en diversas acciones.