No recuerdo la última vez que fui al cine Carmen, el más emblemático de la ciudad de Ciego de Ávila, y debo haberlo olvidado porque fue hace bastante tiempo.
Tal vez porque el olor a humedad del sitio, la incomodidad de los asientos y la calidad cuestionable de la proyección son importantes puntos a considerar para no tener una salida al cine como opción recreativa interesante.
Hablar del consumo cinematográfico actual en Cuba, incluye un análisis multifactorial con un desenlace casi seguro, me atrevería a apostar: cada vez se ven más películas y cada vez se va menos al cine.
Una de estas razones es a la que me refería anteriormente: el estado constructivo, el confort de las salas, resulta elemento
poderoso para que la soledad de las lunetas sea condición casi perpetua.
Ir al cine, al menos en mi realidad más cercana, queda reservado para los estrenos de filmes cubanos…bueno, eso si no se han filtrado antes en el paquete de la semana.
Ahí está el segundo punto en cuestión: las fuentes del consumo han cambiado notablemente, incluso desde la aparición de la tecnología VHS, el DVD y el creciente auge de las PC, ya la asistencia regular a las salas cinematográficas venía tambaleándose.
Ahora resulta más perceptible, luego de la irrupción del paquete y su conglomerado de información, incluyendo a veces las últimas producciones del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), antes de llegar a los circuitos nacionales.
Eso, unido a propuestas poco atractivas en las carteleras, aun
cuando algunas apuestan por rememorar íconos del celuloide para los amantes del séptimo arte, no parece tener los resultados esperados.
Muchos cines han tenido que convertirse en escenarios de espectáculos variados, para no quedar en la completa ociosidad y contribuir a la recaudación de fondos.
En otras provincias como La Habana y Camagüey, las experiencias son un poco diferentes, en cuanto a condiciones y afluencia de público.
La tradición de asistir a estas instalaciones es bastante fuerte en la capital, durante eventos como el Festival del Nuevo Cine
Latinoamericano, uno de los ejemplos más representativos, y otros ciclos de la filmografía internacional.
Sin embargo, la asiduidad, aunque más que en otras partes, se revela como menor si se compara con épocas anteriores.
Algo similar sucede en la región camagüeyana, donde la infraestructura de algunos de sus principales cines ha mejorado
considerablemente y hay quienes todavía deciden darse por allí una vueltecita.
Y sí, las comparaciones tienen sus diferencias, pero el denominador común sigue estando allí: las salas de cine no están ya en la preferencia del público.
Habrá que preguntarse entonces cuánto se podrá hacer para recuperar el encanto de ver una película en pantalla grande, cómo superar los retos de la digitalización y la Internet.
Entonces, quizá vuelvan a la vida esos lugares un tanto mustios en los que se han convertido los cines y tengan de vuelta sus años de esplendor.