Leyenda de amor en el túnel de La Periquera

Compartir

Claudia Patricia Domínguez del Río|Foto|Archivo
1364
17 Febrero 2016

ciudad_holguin.jpg

Hace cientos de años una leyenda de amor marcó la historia de Holguín, la ciudad cubana de los parques, en tiempos en que no bastaba la fuerza de un sentimiento tan sublime para romper las barreras clasistas existentes en la sociedad.

Ana Sánchez Roblejo de Peláez y Serafín Irioste son los protagonistas de este mito del siglo XVIII; ella una joven cuya belleza era reconocida y envidiada en toda la región, mientras que él un simple oficial de voluntario que cada tarde realizaba su recorrido por la otrora Plaza de Armas, justo en frente de la casona que trascendió a la posteridad bautizada como "La Periquera".

Cuentan que siempre a la misma hora aparecía por uno de los balcones de la edificación insigne de la urbe oriental la bella esposa del comandante Agustín Peláez, quien posaba su mirada una y otra vez en un caballero uniformado que en silencio la añoraba.

Un gran túnel que servía de aljibe a las Iglesias San José, San Isidoro, el Hospital Militar, el Cuartel del Ejército Español y los fortines ubicados en las estribaciones de la Loma de la Cruz fue testigo de este amor, tan genuino como prohibido.

Según el relato de las historiadoras Ángela Peña y María Julia Guerra en su libro Pasajes Holguineros, el conducto tenía en su interior múltiples divisiones que a través de gruesas puertas de hierro aislaban a un sector de otro.

Doña Ana, vestida a la usanza andaluza luego de intercambiar sonrisas y miradas desde la segunda planta de su mansión, tenía la costumbre de asistir a las misas auspiciadas en la Iglesia San José, cuyo párroco era el guía espiritual de su familia.

Por la devoción religiosa y de amistad que la unía al sacerdote  nadie se extrañaba que al terminar los oficios, la señora pasase al fondo del altar y se perdiera entre los cortinajes del confesionario, sitio que ocultaba una pequeña escalera de acceso al túnel.

Media hora más tarde la dama reaparecía mientras alisaba sus cabellos y acomodaba su ropa, pero un día y por causas inexplicables se escuchó la alarma de incendio, las puertas divisionales quedaron herméticas, las esclusas fueron abiertas y el agua del río Marañón anegó en unos minutos todas las secciones.

¡Falsa Alarma!, rumoraban tiempo después los pobladores. Las actividades se normalizaron, el pasadizo volvió a quedar sin agua y mientras Agustín Peláez realizaba su recorrido habitual fueron descubiertos los cuerpos sin vida de Ana y Serafín.

Aunque no hubo comentarios, al menos en voz alta, el suceso quedó en la memoria de los pobladores por muchos años. La joven fue enterrada en la falda de la Loma de la Cruz, con el siguiente epitafio:

"A Doña Ana Sánchez Roblejo, que pudo morir en su lecho llena de virtudes y murió sin honra, en el túnel de la periquera".