Boca de Jauco, Maisi 7 oct (ACN) Usted puede dar por seguro que la próxima vez que anuncien un huracán, aunque sea de categoría uno, Arelys Frómeta vecina de este poblado de pescadores y obreros agrícolas del Oriente Cubano, no se queda en casa y busca un lugar seguro.
Sus recuerdos de aquella tarde noche del cuatro de octubre pasado, y de la madrugada subsiguiente, cuando Matthew entró en Cuba, son tan espantosos que le proporcionaron, además de algunos dolores de cabeza por el susto pasado, un poco de sabiduría, debido a lo cual afirma que aprendió a escarmentar por cabeza ajena.
Un conocido escritor afirmó que la experiencia es el nombre que damos a nuestros errores, y la vivida por ella aquella jornada de vientos indescriptibles, de vientos sostenidos de más de 220 kilómetros por hora, “hubiera podido evitarla, si hubiera escuchado los consejos de los compañeros de la Zona de Defensa, de mis vecinos y de mi propia familia”.
Reflexiona que las precauciones de las que ella se atrevió a prescindir, no las escatimó para su hija Teresa Samón, su nieta Gretel (un año y tres meses), a quienes persuadió de que , junto a su yerno Noil Guzmán Savón, fueran para la Asunción, ya que la casa de ellos estaba en peor estado”.
Evoca que el abuelo paterno de la niña los vino a buscar en un jeep y los tres partieron hasta el mencionado punto cercano a la Máquina cabecera del municipio, de donde regresaron -para encontrar su vivienda hecha pedazos- precisamente el jueves seis, en coincidencia con este diálogo de Arelys con la Agencia Cubana de Noticias,
“Salvamos la vida, pero mamá pudo perderla –intervino-, mira que le dijimos que viniera con nosotros, pero nada, fue imposible convencerla, por suerte solo se dañaron el techo de la cocina y pocos objetos, aunque va a pasar mucho tiempo para que se le quite el nerviosismo”
La autora de sus días reafirma esa opinión: “Aquello fue terrible. Nací hace 50 años y nunca había visto un fenómeno igual, ni pensé que podía ocurrir, Desde la tarde empezaron a volar las tejas de zinc y de fibrocemento de la escuela, de la bodega y de las casas. Como la mía es de mampostería abrí la puerta a todo el que tocaba y había cometido también el error de no evacuarse o protegerse a tiempo”.
Relató que la cifra de personas en su casa alcanzó las 20, y como algunas con anterioridad habían dejado sus pertenencias, incluidos colchones y sillas, se turnaban para dormir.
“Pero casi nadie pudo conciliar el sueño por el zumbido del viento, los golpes de las matas que caían sobre otros techos, las vigas que se desplomaban, los gritos de la gente, el llanto, y sobre todo el temor de que mi hogar se derrumbara, y nos aplastara, ya que estábamos a solo seis kilómetros de Caleta, por donde pasó el centro del ciclón”, añadió.
Y seguidamente: “Al amanecer, al salir a la calle, muchos de los que estaban conmigo lloraban.
Han transcurrido varias jornadas de aquel episodio, ya Matthev es historia, y disminuye, pero no desaparecerán por ahora, la desolación, los perjuicios y el llanto que dejaron en Boca de Jauco aquellas indescriptibles ventoleras y estragos.
Pero sí se mantiene, su anunciado cambio de conducta en relación con los fenómenos atmosféricos extremos: “Mire, aunque sea una tormenta, o un ciclón sin categoría, yo no me quedo aquí”, rectifica.