En el ir y venir por la amplia explanada, sobresalía ese hombre de figura imantada, al que seguíamos con la veneración que despierta en los jóvenes un artista de su prestigio. Nos sentíamos parte de la realización de aquel monumento en Holguín, donde se erigía la primera plaza construida después de la Revolución en el país.
Éramos miembros del Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas y en las noches tuvimos el privilegio de compartir las horas de trabajo voluntario con el creador de aquellas esculturas, José Ramón de Lázaro Bencomo (San Antonio de los Baños, 1938 - La Habana, 26 de agosto de 2003), quien trascendió en la historia de las artes plásticas en Cuba y el exterior como Delarra, su nombre artístico.
En su taller de la Calle O’ Relly y Villegas, en La Habana Vieja, nos encontramos transcurridos varios años de la conclusión de la Plaza Calixto García Iñiguez con Delarra, allá por el año 1997, para indagar sobre el monumento a Ernesto Che Guevara en Villa Clara, donde se ubicarían los rostros esculpidos por él de los 38 combatientes cubanos, bolivianos y peruanos caídos en Bolivia, luego del hallazgo de los restos mortales del Guerrillero Heroico y de sus compañeros.
Una atmósfera ensoñadora se respiraba en aquel sitio, donde aparecían esculturas, junto a fotos, lienzos y acuarelas, reveladores de los secretos del estilo de este creador, quien definió a los conjuntos escultóricos salidos de sus manos como novela y poesía a los trazos sobre tela o cartulina, con un lirismo de inusitada fuerza.
Allí volvimos a disfrutar de su cordialidad y escuchamos con gran interés acerca de su proyecto, como siempre válido, al tomar los aportes de la historia como un medio para expresar lo que palpita en nuestro sentir.
Por eso y otras muchas evidencias muchos calificaron a Delarra como cronista de la Revolución o también como escultor del Che, dada la cantidad de obras que creó, inspiradas en el Guerrillero Heroico.
Lástima que se le reconozca más como escultor y no se exalte en su justa medida su quehacer como dibujante y pintor.
Las figuraciones de Delarra se plasmaron en lienzos y acuarelas con gallos y caballos, cuyo simbolismo de virilidad y fuerza constituyen expresión de la identidad nacional. Mujeres con rostros y volúmenes velados se entrelazaron igualmente entre los corceles y las aves en ese cosmos creativo, para tejer un lazo mágico cual si fueran deidades.
Sus pinceles se recrearon en una rica variedad cromática y dieron vida a emociones y remembranzas, con una carga de virtuosismo en cada obra.
Hombre sencillo, a pesar de su grandeza artística o tal vez por ella, pues la modestia es virtud que glorifica, José Delarra siempre estuvo ajeno a crear con el fin de obtener remuneraciones económicas y se dio al arte con la satisfacción de quien siembra una semilla para beneficio de todos.
Así fue durante toda su existencia, y a lo largo del tiempo cuando departíamos con él en la apertura de sus exposiciones o nos enviaba una felicitación de fin de año se percibía ese deseo de traer a la vida cotidiana la trascendencia de figuras como José Martí, el Che Guevara, Antonio Maceo, Calixto García y tantos otros luchadores como Rubén Martínez Villena o los esposos Rosenberg.
Su vasta obra abarca esculturas en otros países como México, Ecuador y España, mientras a lo largo y ancho de la Isla se pueden apreciar en la Plaza de la Revolución en Holguín y en Bayamo, en el monumento a Antonio Maceo en San Pedro, en el Che de Santa Clara y otros muchos, como muestra de su amplio quehacer artístico.
Ahora, cuando se cumple el décimo tercer aniversario de su deceso, ocurrido en La Habana a consecuencia de una afección cardíaca el 26 de agosto de 2003, estas líneas rinden homenaje a ese relevante exponente de las artes plásticas cubanas, cuyo legado debe ser divulgado con más sistematicidad para que no se pierda su memoria histórica.