¿Quién era el joven viajero que abordaría en el puerto de La Habana el motovelero Alfonso XII con destino a España, y era despedido por un numeroso grupo de personas? ¿Acaso el hijo de algún acaudalado, un líder religioso o un jerarca militar o político de la metrópoli? ¿Un escritor, pintor, músico o actor famoso?
Nada de eso. Era, sobre todo, un conspirador hecho y derecho por la independencia de Cuba, respondía al nombre de José Julián Martí Pérez, entonces con 26 años de edad, e iría a la nación ibérica deportado y su estancia en la nave sería en calidad de preso, y a disposición a su llegada del gobernador de Santander.
Sería esta, que la emprendía el 25 de septiembre de 1879, la
segunda deportación a España que sufriera Martí por causas políticas, pues el 15 de enero de 1871 había embarcado a la metrópoli en igual condición.
Sobrada razón tenía el gobierno colonial en Cuba para este
proceder, como vía de liberarse de un activo proindependentista, quien cada día ganaba adeptos en La Habana con su prédica en favor de la revolución armada.
Unos meses antes se había asentado nuevamente en la capital cubana, tras siete años de peregrinaje por países europeos y americanos, donde había mostrado sus dotes de escritor, disertante, pedagogo y periodista, pero principalmente de impulsar el interés de los cubanos por independizarse de España.
Desde que llegara a La Habana el 31 de agosto de 1878, casado con Carmen Zayas Bazán, ya para entonces embarazada del que sería el único hijo del matrimonio -José Francisco-, Martí se esfuerza por tener empleo, vincularse a la vida literaria y adentrarse en la trama revolucionaria.
El Liceo de Guanabacoa fue un escenario para tal objetivo, como también los altos del café El Louvre, y en sus palabras, cada vez más incendiarias, recibía aplausos de la mayoría de los oyentes, preocupación de las autoridades coloniales y de aquellos que abogaban por reformas o dádivas del régimen.
Se entrevistó con independentistas que preparaban una nueva gesta libertaria, integró la dirección en la ciudad de una organización revolucionaria involucrada abiertamente en la lucha y habló con entera claridad del futuro libre de la Patria.
Había trabado estrecha amistad con Juan Gualberto Gómez, con quien conspiraba por la Isla, tratando de eludir los espías que asechaban donde se sabía que se reunían adeptos a la independencia.
Noticias de su proceder revolucionario habían llegado a las altas esferas de las autoridades españolas en la ínsula.
“¿Quién es Martí?”, preguntó el capital general Ramón Blanco Erenas solo una hora después de que el cubano hablara en un homenaje al periodista Manuel Márquez Sterling.
En esa ocasión -26 de abril de 1879-, Martí brindó un contundente discurso. Frases como “…el hombre que clama vale más que el que suplica…, los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan”, hacen que el propio Blanco decida asistir a la próxima intervención del joven de tan encendida oratoria.
La ocasión se propiciaría el siguiente día, cuando el Liceo de
Guanabacoa le daría un homenaje al violinista cubano Rafael Díaz Albertini. Ante la presencia del jerarca peninsular Martí habla de “la Patria” y del futuro cubano.
Blanco señalaría más tarde: “Quiero no recordar lo que he oído y no concebí nunca se dijera delante de mí, representante del Gobierno español. Voy a pensar que Martí es un loco. Pero un loco peligroso.”
Los preparativos para la vuelta a las armas se aceleran y el mando de la metrópoli lo sabe. Empieza a apresar y deportar a muchos de los principales conspiradores. Pero aun así en agosto José Maceo, Quintín Banderas y Guillermo Moncada se lanzan a la manigua redentora en el oriente de Cuba y otros en la zona central del país.
El 17 de septiembre Juan Gualberto almorzaba con Martí y Carmen en la casa del matrimonio, algo habitual. Tocan a la puerta. Era la policía que venía en busca de Martí.
Ingresa en prisión, adonde van a verlo muchos amigos simpatizantes de su prédica libertaria. Pide que se cambien de lugar documentos comprometedores. Juan Gualberto y otros cumplen la solicitud. Sigue la conspiración.
Para el revolucionario ya la suerte está echada: se le deporta
nuevamente. Sin embargo, Blanco cede a presiones y pedidos de amigos del joven patriota y le ofrece sacarlo del proceso si declaraba en los periódicos su adhesión a España.
Martí quería a España (“Para Aragón, en España/Tengo yo en mi corazón/Un lugar todo Aragón,/Franco, fiero, fiel, sin saña.”), pero no como era el deseo del capitán general.
Su respuesta fue un latigazo, un demoledor golpe a la soberbia del peninsular: “Digan ustedes al general que Martí no es de raza
vendible.”
Así el 26 de septiembre estaba en el puerto de La Habana, arropado por sus padres y hermanas, su esposa Carmen y el pequeño José Francisco y los más de 50 amigos que fueron a despedirlo.
De nuevo iría a España, por tercera y última vez en su vida. Y
saldría también de Cuba por última ocasión. Volvería el 11 de abril de 1895 como soldado mambí.
Lucilo Tejera Diaz
1226
31 Agosto 2016
31 Agosto 2016
hace 8 años