José Martí, destino y anunciación

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ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals
75
19 Mayo 2024

   La cercanía de una nueva conmemoración de la caída en combate de José Julián Martí Pérez, ocurrida el 19 de mayo de 1895 en los campos orientales de Dos Ríos, incita a sus compatriotas  al desafío de ser fieles al llamado de ese cubano enorme que convoca a toda hora ante los deberes ingentes de hoy de la manera, múltiple y abarcadora, propia de él.

   Puede hacerlo el hombre reconocido y amado como Maestro, Apóstol y Héroe Nacional de Cuba, quien al morir librando su primera y última batalla en el terreno militar contaba solo con 42 años y ostentaba los cargos de Mayor General del Ejército Libertador y Delegado del Partido Revolucionario Cubano, por el cual prefería ser llamado y no “presidente”, al uso de algunos de sus compañeros de bregar, pensando en el futuro.

   Su inesperada y trágica desaparición física, justo en el mediodía de aquella jornada, causó hondo pesar y perjuicios a la causa revolucionaria, valorados en justa dimensión cuando se supo después el contenido de una carta inconclusa del Apóstol, fechada la víspera de su muerte desde el campamento, dirigida a su gran amigo mexicano Manuel Mercado.

   En la misiva exponía su firme y secreto propósito, de luchar para tratar de impedir con la independencia de su amada Isla que Estados Unidos cayera con esa fuerza más sobre otros pueblos del continente, reafirmando que cuanto hizo hasta ese momento y haría había sido para eso.

   Una suerte de anunciación de su antimperialismo marcaba el contenido de aquellas líneas truncadas y era la suya una convicción que se basaba en la experiencia de los 15 años vividos en esa nación, de la cual admiró logros y criticó desde el periodismo políticas gubernamentales y el avance hacia el hegemonismo y dominio internacional, basado en intereses económicos, territoriales e ideas de superioridad mesiánica.

   Pasado el festejo feliz de los natales, celebrado en enero, a los connacionales no nos invade el pesimismo ni se recuerdan lamentos ante la fecha luctuosa. Como él mismo vaticinara, cuando se muere en brazos de la Patria agradecida se vuelve de la muerte como de un baño de luz.

   También,  como sugiriera el Comandante en Jefe Fidel Castro en una conmemoración similar, expuesta en sus Reflexiones, nos anima pensar en la gran suerte que tuvimos al contar con un héroe tan extraordinario, patriota, combatiente, puro y principista como El Maestro, además escritor, periodista y poeta, por si fuera poco, con un legado intelectual tanto político como ético, innovador, que se codea con lo mejor de la creación universal.

   Sabedores de la noticia y el trascendente mensaje suyo que siempre viaja en mayo desde Dos Ríos, una suerte de  vuelta a la semilla realiza cada uno de sus paisanos, ya sea niño, joven o adulto mayor, hasta ese predio regado con su sangre, localizado hoy en la provincia Granma, tierra de padres fundadores.

   José Julián nació el 28 de enero de 1853 en la calle Paula, hoy nombrada Leonor Pérez en honor a su madre, en el mismo corazón de La Habana colonial, muy cerca de donde estaban las principales instituciones políticas y administrativas de la metrópoli española.

   Sus padres, Don Mariano Martí y Doña Leonor, dos pobres emigrantes españoles, fundaron una numerosa familia formada fundamentalmente por varias niñas, con el muchacho como primogénito.

   El autor del tierno poemario Ismaelillo, dedicado a su único hijo; la revista infantil literaria La Edad de Oro y el ensayo Nuestra América, antes de llegar al lugar donde cumpliría el sueño supremo de su vida, pasó primero que todo desde el punto de vista de la creación espiritual y del intelecto, por el poema revolucionario 10 de Octubre y el dramático Abdala, un canto a la libertad.

   También escribió el ensayo El presidio político en Cuba, publicado en Madrid donde estaba exiliado en 1871, una contundente denuncia a los crímenes y abusos que se cometían contra los reclusos en las cárceles peninsulares, que incluían despiadadamente a los niños.

   Y antes de llegar al combate crucial que lo enfrentó a la muerte, de cara al sol, por la independencia de la Patria, tuvo tiempo de ejercer la profesión de pedagogo y periodista, poeta y diplomático representante de varias naciones latinoamericanas en Estados Unidos, donde organizó con intenso trabajo y sacrificios la Guerra del 95, última campaña que perseguía la independencia total de Cuba, con influencias para el combate similar en Puerto Rico.

   No son desatinados quienes consideran es el más grande pensador político hispanoamericano del siglo XIX. Desde su creación evaluada netamente como literaria hay poemas (Versos sencillos, Versos libres, además de “Ismaelillo”), novelas (Amistad funesta o Lucía Jeréz), obras de teatro (Abdala y Amor con amor se paga), ensayos, textos periodísticos y discursos, sus entregas brillaron por la belleza y uso magistral del idioma. 

  Insistiendo en su firme vocación patriótica y activismo revolucionario, piedras angulares en su vida, esta se despertó muy tempranamente y el  19 de enero de 1869, edita junto a su amigo Fermín Valdés Domínguez, un pequeño periódico de reducida tirada, El Diablo Cojuelo.

   En sus páginas están presentes manifestaciones en prosa contra el régimen colonial y a favor de la independencia. Cuatro jornadas con posterioridad, en el primer y único número de su periódico La Patria Libre, aparece Abdala.

   Dando un salto en su historia, una obra connotada resultó el  ensayo Nuestra América, publicado en la Revista Ilustrada de Nueva York, que por el profundo contenido latinoamericano y hermosa prosa, reedita el periódico El Partido Liberal, de México, 30 días más tarde.

   Todo fue relegado a un segundo plano por José Martí cuando consideró llegada la hora de cumplir la misión sagrada que se había trazado desde que casi era un niño: luchar por la independencia de Cuba.

   Por eso crea el 14 de marzo de 1892 el periódico Patria, destinado al trabajo ideológico a favor de la guerra emancipadora que se gestaba y debía cumplirse por necesidad para alcanzar tan decisivo y magno objetivo. Ayudar a movilizar y sobre todo unir en ese empeño a los cubanos emigrados y a los residentes en la isla cautiva.

   Luego, el 10 de abril fundó el Partido Revolucionario Cubano, del cual fue electo Delegado, con la responsabilidad de trabajar con celeridad e inteligencia para conseguir recursos humanos y logísticos para la contienda.

   Durante el exilio visita a tabaqueros cubanos residentes en la nación norteña, en los cuales había una fuerza patriótica que cada vez más lo seguía y era muy combativa, se encargaba muchas veces de la recaudación, andando a pie bajo un clima crudo y pasando hambre.

   No descasaba ni siquiera bajo un fuerte resfriado y ofrecía apasionados discursos en los sindicatos. Su fervor y quehacer fueron increíbles, siendo un hombre de complexión delgada y con enfermedades crónicas.

   Contactó con grandes figuras de la Guerra de los Diez Años: Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Maceo y Flor Crombet, cuyos historiales descollantes se conocen y todos acudieron a su llamado, aunque devino tarea difícil ponerlos de acuerdo.

   Después del glorioso 24 de febrero que marcó el inicio de la nueva campaña en 1895, arribó a Cuba el 11 de abril, en compañía del Generalísimo Máximo Gómez, quien sería el General en Jefe de las tropas mambisas, pues él consideraba inconcebible no estar presente como soldado en la guerra que había evocado y organizado. Había llegado ese momento y nada ni nadie pudo disuadirlo de que cumpliera su deber. No hubiera sido José Martí.

   La constancia de la enorme felicidad que sintió al llegar a su tierra, todavía estremece cuando leemos las líneas escritas por El Apóstol en su Diario de Campaña.

   El día del encontronazo fatal contra la tropa española,  iba acompañado por casualidad de un jovencito combatiente, integrante de la tropa del General Bartolomé Masó, llegado con su jefe el día anterior.

   No era su ayudante aquel mambisito de 20 años, como se ha creído muchas veces. Martí lo invitó a seguirlo en pleno combate, cuando desoyó el pedido de Gómez de permanecer en el campamento. El nombre del chico era Ángel Perfecto de la Guardia Bello.

   De modo que avanzaban muy cercanos cuando recibió los tres disparos que derribaron al Apóstol en tanto que otras tres descargas abatieron al caballo de Ángel, que casi lo aplasta con su peso. Pero el muchacho pudo dar testimonio después de sus últimos momentos