Es pequeña como otra de las tantas ciudades cubanas que se puede recorrer en un día, y no tiene enormes hoteles ni exceso de centros recreativos para festejar en las noches.
Sin embargo, su paisaje atrapa a quienes en la temporada veraniega o en otra cualquiera, desean descubrir qué pociones hechizantes utiliza Gibara, en el norte de la oriental provincia de Holguín, para despertar en cubanos y extranjeros el bichito de la curiosidad.
Podemos leer, mirar fotos, escuchar atentos los cuentos de algún viajero, e incluso, preguntar incansablemente a quienes atraídos por el séptimo arte se dan cita cada dos años, para participar en el Festival Internacional de Cine Pobre que allí se celebra.
No obstante, nada se compara con ir y estar allí, con recorrer casi 800 kilómetros (desde la capital cubana), y comprobar con tus propios ojos, que Gibara es una ciudad bendecida por el mar.
Mucho antes de divisar las letras de bienvenida, los pequeños barcos, los muelles detrás de las casas y los vendedores de pescado, ya el olor a agua salada te avisa que llegaste a un lugar especial, donde uno de sus mayores lujos reside en su historia y en la capacidad de sus pobladores para contarla en menos de 20 minutos.
Algunos ancianos gibareños e investigadores aseguran que cuando Cristóbal Colón arribó a la mayor de las Antillas el 28 de octubre de 1492, lo hizo por la Bahía de Gibara, así lo explica el estudio del ingeniero Luis Morales y Pedroso archivado en la Sociedad Geográfica de Cuba.
Con cierto parecido al habanero poblado de Cojímar, en la Villa Blanca (como también se le conoce) sus pobladores viven de cara al mar.
Cada mañana un grupo de marineros y/o los aficionados al hobbie se embarcan en sus botes, o simplemente caminan, se adentran al agua, y lanzan sus redes mientras otros trabajan en el astillero.
En ese oriental poblado de pescadores, visitar la Batería de Fernando VII posiblemente sea uno de los lugares de mayor atracción del poblado.
Un extenso y elevado muro rememora la época de esplendor colonial, de desarrollo económico y convergencias cosmopolitas traídas por los emigrantes europeos, quienes debieron construir una defensa contra los ataques piratas, (siendo la segunda ciudad amurallada de la Isla).
Pero ver el mar desde una barrera de contención no te permite sentirlo, es por ello que tanto niños como ancianos, (con un poco de duda tal vez), brincan el muro y caminan sobre las piedras que rodean la fortaleza hasta llegar a un árbol de pino, que a pesar de los embates del clima se mantiene firme en las inmediaciones, esperando la tradicional foto con los visitantes.
Y es precisamente debajo de ese único árbol, al sentarse en una de sus raíces mientras se contempla la Villa Blanca, que se comprende por qué cada año aproximadamente más de 14 mil visitantes arriban a Gibara, y es que, al ser una ciudad bendecida por el mar, ella, por si sola, regala paz espiritual.