Estoy viva…lo voy a contar es un solo documental cuando podrían ser varios, pero en su afán filantrópico y humanista, destaca la voluntad de mostrar que la violencia hacia las mujeres y las niñas no resulta un problema aislado o individual, sino un rezago social que todavía nos afecta.
Con estreno fechado para este domingo 20 de marzo, a las tres de la tarde, en la Sala Chaplin, Lizzete Vila y su hija Ingrid León, heredera de esa indagación en los universos femeninos, nos regalan otra obra coral, esta vez compuesta por los testimonios de 14 mujeres.
Es evidente, por el número de entrevistadas, que las realizadoras- junto al equipo del Proyecto Palomas, Casa Productora de Audiovisuales para el Activismo Social-, tuvieron que hacer un amplio proceso de selección de las testimoniantes, regirse por un tiempo preciso en la edición y pensar cierta secuencia y ritmo para brindarle orden y coherencia.
El montaje, sin llamativos puntos de giro en la dramaturgia, se vale de los estados anímicos y las circunstancias vividas en común por las protagonistas para enlazar las historias, así como de la voz en off de una niña que constituye el hilo conductor.
Uno de los valores del material resulta el hecho de que podemos leer en texto fragmentos de la Constitución que protegen de las acciones violentas hacia esas mujeres, lo cual significa que sí existen leyes, lo que no existe es la cultura de implementación de estas.
Por lo tanto deviene esta una obra que nos habla, además, sobre la importancia de la información, la solidaridad, el valor de las redes de apoyo y la responsabilidad de las instituciones públicas, y evidencia el desconocimiento jurídico en cuanto a estos temas.
Resalta también la voluntad de agrupar todas las formas de agresión que puede sufrir una mujer en el mundo, desde la humillación y el rechazo hasta diferentes tipos de violencia física, sexual, psicológica, laboral, económica.
Porque el filme de 45 minutos se ambienta en un universo que todos compartimos pero muchas veces desconocemos. Sin embargo, en una especie de retrato íntimo, provoca la comunicación inmediata con el espectador en el plano emotivo, haciéndonos testigos del hastío, la ansiedad y de la capacidad de trascenderlos y reconstruirse.
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Lizette Vila recomendó utilizar el dolor como una posibilidad de justicia/ Foto: de la autora |
Esa voluntad de advierte desde el título, que nos remite- como dice su realizadora Lizette Vila- a no permanecer en el dolor sino a utilizarlo como una posibilidad de justicia, una posibilidad contra la discriminación.
Entre estas sobrevivientes, el público podrá encontrar a figuras muy conocidas como la actriz Isabel Santos y la cantante Elizabeth de Gracia, así como una representación diversa en identidad de género, color de la piel, lugar de procedencia o padecimiento de alguna discapacidad.
Se vuelve un documental que desmonta estereotipos como el de la familia y resignifica las historias personales para reflexionar acerca de cuestiones universales como la maternidad, el alcoholismo, el deterioro de la salud y la preferencia sexual, entre otras.
Luego de obras anteriores como Mujeres…el alma profunda o Mujeres… la hora dorada, Lizette Vila e Ingrid León podrían estar realizando la memoria histórica de lo que ha sido la violencia contra las mujeres desde diferentes ámbitos.
Más allá de sus imperfecciones, como el uso directo y convencional de las lágrimas frente a la cámara cuando hay otras vías estéticas para expresar situaciones complejas, este se convierte en un documental necesario, una oda a la superación del dolor a modo de las composiciones líricas griegas y una prueba más del poder del arte para contribuir a cambiar el mundo.