El saludo siempre ha sido una norma de convivencia social importante porque da muestras de respeto, cariño y de atención a los demás; y a través de él pueden también revelarse valores como cordialidad, cortesía y afecto.
Ese gesto es, generalmente, el primer contacto entre los seres humanos para conocerse, y da muestras de simpatías por el prójimo.
Las formas en las que se puede realizar son múltiples: una mirada, una leve inclinación de la cabeza, unas palabras, estrechar las manos, besarse o dar un abrazo.
Quien se abstiene del saludo es considerado un individuo arrogante y prepotente, que por su altanería y mala educación se gana la antipatía de los demás.
Constituye una costumbre cotidiana, que a la mayoría se nos ha inculcado desde que empezamos a tener uso de razón, encierra un gran valor para quien lo recibe y una desagradable sensación para quien es ignorado.
Al encontrarnos cada mañana con familiares, vecinos, amistades y compañeros de trabajo resulta agradable expresar o reciprocar el hábito de saludar, el cual sintetiza las buenas relaciones interpersonales.
Pero esa manera de expresar casi siempre amabilidad y reconocimiento puede también convertirse en algo desagradable si en ella se emplean palabras chabacanas como “asere, dime”, “qué volá”, entre otras de mal gusto que en ocasiones se oyen cuando, sobre todo, algunos jóvenes, se saludan, si es que a esas frases se les puede llamar saludo.
El lugar, las circunstancias en las que nos encontremos, o las personas que vayamos a saludar, determinan su tipo.
A veces un simple “hola”, o “qué tal” cuando nos cruzamos con alguien conocido basta para demostrar amabilidad, buena educación formal y cortesía.
Hay preceptos que deben ser respetados al efectuar la congratulación, como por ejemplo, mirar a los ojos de la persona sin ser agresivo, llegar a un recinto y tomar la iniciativa de saludar y quien sale, la de despedirse, o cuando las circunstancias lo propician, resulta recomendable esbozar una sonrisa como manifestación de alegría por el contacto.
La mano debe darse con firmeza, pero sin brusquedad, y eso ayudará a que la otra persona perciba seguridad y entusiasmo. Entendidos en la materia afirman que un saludo demasiado suave, inclusive dado por una mujer, no deja una buena impresión.
No es de buen gusto tampoco besar siempre que se saluda a quien que no se conoce, basta con brindarle la mano y presentarse pronunciando el nombre. Cubrir con nuestras manos la de quien extiende la suya constituye un gesto de gran afecto hacia amigos o personas que merecen mucho respeto.
Algunos exponen que en los negocios, un saludo muy fuerte puede transmitir reto, resentimiento o competitividad, y esas impresiones pueden causar una imagen negativa ante los demás.
Para otros el apretón de mano debe ser corto y firme, pero demasiado corto puede representar poco interés, mientras que muy largo indica deseos de colaborar, lo que resulta habitual entre los políticos, principalmente en presencia de la prensa.
Nunca debe perderse la oportunidad de saludar a los demás puesto que esa actitud siempre provoca un efecto positivo y hace sentir bien a quienes la reciben, por eso hágalo en cualquier lugar o espacio público o privado.