Jorge Wejebe Cobo | Foto: Archivo
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15 Marzo 2024

 

En 1876 llegó a Cuba como Capitán General Arsenio Martínez Campos, al frente de un refuerzo de 20 batallones de Infantería, caballería y artillería junto a unidades de ingenieros y de Telégrafos, con lo cual las fuerzas coloniales ascendían a más de 100 mil efectivos frente a alrededor de ocho mil mambises.
  Aquel  hispano  no tenía las capacidades y cualidades militares   para alcanzar una victoria definitiva en el campo de batalla frente a los cubanos, lo cual no lograría ni en la  Guerra de los Diez Años ( 1868-1878) ni inclusive en la posterior de 1895-1898, cuando fue derrotado en toda línea.
  Sus mayores méritos estribaban en ser un jefe  inteligente y hábil, que desde las guerras civiles en España se  ganó el mote de El Pastelero por su capacidad para los compromisos entre las facciones y las negociaciones, características  que  aplicó en la Isla ante la  falta de recursos bélicos y de avituallamiento  de los insurrectos.
  A inicios de 1878 escribió Máximo Gómez en su Diario: “Se nota una desmoralización completa y los ánimos todos están sobrecogidos; tanto por las operaciones constantes del enemigo como por la división de los cubanos”.
  En medio de esa situación,  Martínez Campos  elaboró unas propuestas de paz moderando las medidas represivas, pero con un incremento de operaciones  militares si fuera necesario  como forma de presión.
  Y no tardaría en tener resultado al contactar a muchos jefes, la mayoría de origen acomodado  con propuestas de paz, de integración a una sociedad colonial reformada con  esperanzas de resarcimiento económico para la ínsula,  pero sin independencia, ni abolición de la esclavitud, lo  que convenció a muchos cansados de  la Guerra de los Diez Años.
  Esas iniciativas se reflejaron como las bases del Pacto de Zanjón, y quedaron estipuladas en Camagüey entre un grupo de representantes mambises y el general Martínez Campos.
   Para el mando peninsular bastaba el último trámite de dar a conocer los acuerdos al jefe más importante y sus compañeros: el General Antonio Maceo. Seguro del éxito, con el Pacto en la alforja de su caballo, emprendió el militar ibérico el camino a Mangos de Baraguá, en el oriente de la Isla para encontrarse con el prócer mambí.
  Maceo le  trastocó el plan y  sin esperar por más formalidades le comunicó  el desacuerdo con el documento de paz firmado, porque no establecía la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud.
 — Pero es que ustedes no conocen las bases del convenio del Zanjón, le acotó Martínez Campos.
   — Sí, interrumpió Maceo, y  “porque las conocemos es que no estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones porque aquí no se aceptan".
   De todas formas el español trató de leer el documento, pero Maceo se lo impidió:
   — Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él.
   Según testigos del hecho, Martínez Campos se vio desconcertado ante tal actitud que evidentemente no estaba en sus planes y  acordó  el reinicio de las hostilidades en un plazo de ocho días.
  Fue entonces que la tensión se rompió cuando el capitán cubano Fulgencio Duarte exclamó: “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!”, mientras que el general enemigo espoleó su caballo y partió a galope del lugar.
  Maceo con su acción aquel 15 de marzo de 1878, que calificaría Martí años después como de lo más glorioso de nuestra historia, salvó la gesta  anticolonialista,  y su legado trasciende a las actuales generaciones de  revolucionarios  cubanos  que sustentan su resistencia en un eterno Baraguá frente a los embates del imperialismo yanqui.