El amor a José Martí, más allá de una fecha (+Video)

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Yasel Toledo Garnache
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27 Enero 2017

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Lo conocemos por fotos y libros que nos susurran parte de su vida, por obras en las que parecía dejar pedazos del alma, por su grandeza de patriota, escritor y cubano que camina hacia la eternidad.
Nació un 28 de enero de la gris colonia, y con su ejemplo iluminó a las generaciones futuras. En la iglesia El ángel creador, lo bautizaron con el nombre de José Julián Martí Pérez, pero sus familiares y amigos le decían Pepe.
Nosotros lo llamamos Apóstol, El Maestro… porque parece gravitar en este archipiélago y acompañarnos, como brújula inviolable, en cada reto y victoria, con la sensación de inmortal presencia.
Las iniciativas nunca serán suficientes para homenajear a quien mucho luchó y sufrió por la Patria y, con apenas 17 años de edad, fue enviado a las Canteras de San Lázaro, para realizar trabajos forzados.
Durante aquellos meses, trabajaba desde las cuatro y media de la madrugada: arrastraba cadenas y grilletes por un pedregoso camino, excavaba y desbarataba piedras a golpe de pico.
Después del indulto conseguido por el influyente catalán José María Sardá, a petición del padre del joven revolucionario, Martí fue trasladado a la finca El Abra (actual Monumento Nacional), en Isla de Pinos, donde permaneció unos dos meses antes de ser deportado a España en 1871.
Desterrado en ese país europeo, cada cierto tiempo daba vueltas al anillo, forjado con el grillete del castigo, miraba la inscripción (Cuba) y un torbellino de pasiones se agitaba en su interior.
Su mente no descansaba, cual volcán en ebullición que en vez de lava arrojaba luz. Le preocupaba lo que en Washington se tramaba a espaldas de los pueblos de América. La necesidad de desahogo era inevitable. Tomaba papel y pluma y dejaba su mente al libre albedrío.
El frío de estar en una nación extranjera le penetraba el pecho como daga de hielo y le recordaba el presidio. ¡Ah, el presidio!
“Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores”, escribió con tristeza.¡Días amargos aquellos!
Sobre sus hombros y los de varios gigantes, el peso de una época, la posibilidad de otro destino para Cuba. El 19 de mayo de 1895 su corazón dejó de latir en Dos Ríos, donde hoy se levanta un obelisco, como homenaje que se multiplica en todo el archipiélago y recorre las venas de quienes lo admiran y quieren.
Ese hombre de mente infinita y verbo encendido cabalgó sobre parte de los suelos de la actual Granma, desde donde siguió soñando para lograr una nación libre.
La mejor forma de recordarlo es ser consecuentes con sus ideas y su ejemplo, como con las de Fidel Castro, su mejor discípulo. Ambos vivirán hasta la eternidad, más allá de metáforas y las campanadas de una fecha.