Drogas: ni siquiera probar

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Leydis Tassé Magaña
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04 Agosto 2016

 

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Elena tiene 17 años, estudia en el preuniversitario, le gusta ir a la playa, bailar y divertirse con su novio y amigos, al igual que toda muchacha a esa edad esplendorosa.

Como usualmente hacía, fue a una fiesta con ellos y entre las melodías de Jacob Forever y Los Desiguales, observó que un humo embriagador inundaba el pequeño salón, mientras uno de sus compañeros le ofrecía un cigarro nunca antes visto.

No fumo – replicó nuevamente ante la insistencia-, más aunque se negó a la propuesta, la mirada cortante del grupo la empujó a tomar uno, y luego otro, hasta sentir un extraño placer que se convirtió en llanto.

Tristemente, aún andan por ahí muchas Elena, víctimas de la ruina humana disfrazada tras un cigarrillo o cualquier otro soporte para el consumo de drogas, flagelo que afecta a millones de personas en el mundo y del cual Cuba, pese a la voluntad política por controlarlo y frenarlo, puede ser objeto.

Se considera droga a toda sustancia natural o sintética, médica o no, legal o ilegal, con efectos psicoactivos y cuyo consumo excesivo y/o prolongado crea tolerancia y dependencia; así como también varias afecciones biológicas psicológicas, sociales y espirituales.

Es un mal que corroe el tejido social, no excluye edad, raza o género, y puede venir de las fuentes más insospechadas, desde un rostro bonito que alguien encontró en una fiesta, hasta un conocido que con intenciones de ayudar en una crisis de depresión, regala una pastillita “para alegrar el día”.

Rápidamente se cuela en la rutina de las personas, quienes más allá del dinero y todos los recursos que invierten para su adquisición, no toman conciencia de que con el humo que exhalan, botan cada día un halo de vida y plenitud.

Cocaína, marihuana, heroína, éxtasis y morfina, suenan palabras duras al oído de muchos, más cuando se menciona el café, el alcohol y el tabaco, la cotidianidad opaca toda alerta, pues separadas o combinadas, ambas sustancias son parte indisoluble de la existencia de unos cuantos.

Afortunadamente, desde 1989 la Antilla Mayor cuenta con un programa para el enfrentamiento al consumo y tráfico ilícito de drogas que involucra a varios sectores de la sociedad, encabezados por el Ministerio de Salud Pública, pero sin dudas la familia y la escuela siguen siendo los niveles básicos para su prevención.

Penoso resulta cuando un padre, probando las dotes de masculinidad de su pequeño hijo, sonríe cuando introduce el dedito en un vaso del ron, o aplaude al adolescente que se pasea con la novia y un cigarro entre los labios, en errada señal de hombría.

Pueden hacerse muchas campañas, consultas especializadas, reportajes, spots radiales y televisivos, además de programas de
participación que estimulen el conocimiento sobre las adiciones, pero ¿cómo se llega a la mente y al corazón de multitudes?

Apelo todavía al buen sentido común, a la elección de la dignidad y el decoro, y sobre todo a los principios éticos que desde que abrimos los ojos nos legaron progenitores y abuelos, y luego los maestros.

Creo en la capacidad individual de decisión de elegir el mejor camino para andar libres de cualquier estimulante que altere la natural capacidad de sentir alegría y tristeza a su justa medida.

Si hay que embriagarse, que sea de amor, solidaridad, comprensión y respeto hacia los demás y sobre todo a uno mismo, porque el adicto pierde ante todo el aprecio a su persona y a quienes lo rodean.

Probablemente así, caerán menos individuos en ese pozo, cuya salida se torna difícil.

Seguro, de esa forma, habrá por ahí menos Elena.