Cumplí con mi deber cuando curé al Che

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ACN - Cuba
Por Evelyn Corbillon Díaz | Foto Internet
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24 Octubre 2016

   El 17 de abril de 1961 Olga Luisa Alarcón Ulloa culminó su turno de guardia cuando en el entonces Hospital Provincial de Pinar del Río, hoy León Cuervo Rubio, llegó la noticia de que el Comandante Ernesto Guevara debía ser atendido con urgencia, luego de sufrir un accidente.

   El 17 de abril de 1961 Olga Luisa Alarcón Ulloa culminó su turno de guardia cuando en el entonces Hospital Provincial de Pinar del Río, hoy León Cuervo Rubio, llegó la noticia de que el Comandante Ernesto Guevara debía ser atendido con urgencia, luego de sufrir un accidente.
   Mi jefe me explicó la situación y ordenó me quedara para atender al Che. Todavía no conocíamos detalles de su herida ni de la magnitud, pero enseguida nos preparamos para recibirlo, recuerda Olga Luisa, quien por ese tiempo fungía como enfermera de la institución de salud.
   Eran cerca de las tres de la tarde cuando llegó herido de bala, el proyectil le entró accidentalmente por debajo del pómulo y
salió por el pabellón de la oreja, pero dejaba quemaduras por el trayecto.
    En esa etapa el Guerrillero Heroico se desempeñaba como jefe militar del territorio  y su cuartel radicaba en Consolación del Sur,
después de la división de Cuba en tres regiones lideradas por reconocidas figuras del país.
   Un milímetro más hacia adentro y la carótida y la yugular se hubieran visto comprometidas, sin mencionar que su suerte sería diferente. Fue una lesión que tuvo afectaciones para la piel y no en los músculos, precisó Olga.
   Varias horas permaneció el Che en la sala elegida para sus cuidados, a pesar de condicionar la estancia a solo el tiempo imprescindible, ya que no concebía estar alejado de sus tareas.
   Un amplio equipo médico de diferentes especialidades participó en el proceso quirúrgico, el cual resultó muy complejo si se tiene en
cuenta que Ernesto pidió no ser anestesiado a causa de su asma.
   Por la misma razón, se le suministró de manera fraccionada la vacuna antitetánica, pero estoy satisfecha de que cumplimos con
nuestro deber de evitar complicaciones y garantizar la salud del revolucionario, remarcó.
   A sus 94 años de edad,  Olga Luisa conserva la lucidez que le permite recordar cada detalle de aquel día, en el cual conoció a un
hombre grande, como ella lo califica, y permitió de cierta forma que continuara el amplio bregar del líder por la Isla y otras latitudes.
    Más de medio siglo después, se niega a olvidar los rasgos que más llamaron la atención de su personalidad, sobre todo la entrega
incondicional al trabajo y la concepción de la vida enfocada en suplir las necesidades de los individuos.
   Desde que lo veías vislumbrabas su estirpe, por eso no sé cómo pude hacerlo;  quizás debido a mis años de experiencia en la
enfermería pude controlar los nervios, aseguró.
   Sabíamos que teníamos que dar lo mejor para que nada le sucediera y se sintiera bien, y así lo hicimos, concluyó esta mujer, eterna amante del oficio y presta aún a servir a cuantos requieran de sus conocimientos.
   Las investigaciones de esta granmense de nacimiento y pinareña por adopción, además de las de un grupo de médicos y enfermeros, posibilitaron la publicación del texto Apuntes históricos de la salud pública en Pinar del Río (1819-1958), de la historiadora Milagros Fernández; material que deviene espejo de la realidad existente en una provincia considerada la Cenicienta de Cuba antes del 59.
   Pero Olga Luisa prefiere no hablar de su trayectoria laboral y quehacer revolucionario como méritos, pues cada paso en la vida lo di porque me correspondía desde mi condición de cubana.


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