La Habana, 28 de may (ACN) Bajo un cielo plomizo y cargado de presagios, cuando el «Bosque Encantado» del Julio Antonio Mella parecía más un santuario que un estadio, los Leñadores tallaron hoy su gesta más reciente en la historia viva del béisbol cubano.
Lo hicieron con madera firme, con corazón de monte y espíritu inquebrantable. Vencieron 10-6 a las Avispas de Santiago de Cuba, sellando el cuarto triunfo que les concede el derecho de soñar en la gran final de la III Liga Élite.
Y no fue un viaje sereno, fue un descenso al infierno y una ascensión gloriosa. Fue drama, nervio y bravura, contra Santiago, su conga y su enjambre rebelde, picando primero como nunca antes en esta serie.
Cinco carreras en la tercera entrada. Silencio, desconcierto. Murmullos en las gradas. Pero al otro lado del diamante estaba la «Pesadilla Oriental», ese equipo implacable que aprendió a vivir en el filo del cuchillo. El mismo que ya sabe lo que es reinar en Series Nacionales, el mejor de los últimos años en Cuba, como lo proclama ya hasta el que no los quiere.
Con el abridor Jesús Enrique Pérez temprano fuera del juego, el mando de Abeyci Pantoja no tembló. Su confianza fue férrea. No en vano ha esculpido un colectivo que juega como si el miedo fuera ajeno.
El estratega movió hoy sus piezas con una sabiduría casi chamánica. Apostó a su bullpen, y su bullpen respondió: Wilson Paredes entró como un rescatista de leyenda, apagó el fuego y devolvió la fe. Tres entradas y un tercio que valen un capítulo en cualquier epopeya. Luego, Ferráz, Díaz y Duardo —guerreros silenciosos— fueron cerrando la puerta a la rebelión oriental.
Pero fue en el sexto episodio donde todo cambió. Donde los hilos invisibles de la épica comenzaron a tejer el relato. Seis carreras como un vendaval, como un recuerdo de quién manda en casa.
Luis Vicente Mateo, ese que ya había abierto el grifo con un doble, volvió a golpear, esta vez con triple demoledor que trajo dos más al plato.
Se desató la euforia, y los maderos empezaron a bailar con la música del alma. Y en medio de ese huracán estuvo el capitán, el eterno, el infalible: Yosvani Alarcón. Cuatro turnos, cuatro hits, dos dobletes. No jugó. Gobernó.
Y así fue, mientras las Avispas revoloteaban en busca de otra remontada de las suyas, las mismas que casi les dan esta semifinal. Pero esta vez el cielo, cómplice, se negó.
Se nubló, sí. Amenazó con lágrimas, pero no por Santiago. Porque era el día de los Leñadores, el día de los que creen incluso cuando todo oscurece. El día de una ciudad que vive el béisbol como un ritual, de un equipo que ya es mucho más que eso: es símbolo, bandera, corazón colectivo.
Desde lo alto, los dioses del béisbol, tan crueles y caprichosos, decidieron bendecir al que mejor lo ha hecho. Al que nunca bajó la cabeza, al que jugó sin estrellas rutilantes, pero con una constelación de entrega.
Ahora buscarán a los Tigres de Ciego de Ávila, fieros también, con hambre de revancha, con la sangre caliente tras doblegar a Industriales. Será una final para el recuerdo. Pero esa es otra historia.
Hoy, en Las Tunas, solo hay espacio para la alegría, para el orgullo, para la leña que arde. Y para esa afición que resistió el viento, el susto y la sombra… y vio salir el sol detrás del último out.
Los Leñadores han vuelto, y con ellos, la promesa del fuego.