Historias del playoff: El Gigante de Ébano

III Liga Élite del Béisbol Cubano.

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ACN - Cuba
Boris Luis Cabrera Fotos del autor
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24 Mayo 2025

La Habana, 24 may (ACN)  El estadio Latinoamericano, otrora hervidero de pasiones azules, mostraba hoy muchos claros vacíos en sus gradas, reflejo del desencanto que había dejado una racha de tres derrotas consecutivas de Industriales ante Ciego de Ávila en la semifinal de la III Liga Élite del Béisbol Cubano.

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   Pero allí, sudando como si llevara el peso de la ciudad entera sobre sus hombros, se alzaba sobre el montículo el Gigante de Ébano: Pavel Hernández.

   La conga de los Parranderos de Punta Alegre retumbaba como un trueno traído desde la llanura avileña. No cesaron en toda la tarde y el tambor le martillaba los oídos al diestro serpentinero, pero no el alma.

   Pavel ya no era el joven que titubeaba ante el ruido externo. Ahora, tras años de forjarse en Nicaragua, México y Venezuela, era un gladiador curtido, templado en la lumbre de la constancia. Ya no dudaba. Solo lanzaba.

   Antes de subir a la lomita, se quedó un momento solo, con la gorra apretada en el pecho y los ojos entrecerrados. No pensaba en la derrota previa ante los Tigres, ni en los murmullos que aún lo perseguían por enfrentar a su tierra natal. Pensaba en su madre, en su padre, en aquel patio de tierra donde aprendió a tirar la recta. 

   Pavel pensaba en Industriales, el equipo que apostó por él cuando aún era solo una promesa con manos grandes y mirada callada. Su compromiso era azul. Su misión: evitar la eliminación...y lo hizo.

   Durante ocho entradas fue un escultor del silencio. Talló outs con precisión quirúrgica. Permitió apenas tres hits, ponchó a cinco y la única carrera que le manchó la hoja fue por la defensa de su tropa, un error que no le robó ni un ápice de concentración. 

   En cada lanzamiento se desquitaba del pasado reciente. Cada recta, cada rompimiento, era una sentencia de redención.

   El juego comenzó cuesta arriba, pero Ariel Sánchez empató con un doble en el cuarto inning. Pavel, en la loma, cerró los ojos y respiró hondo. Ya no estaban en desventaja. 

   Luego, un hit de Ángel Hechavarría puso la diferencia en la pizarra. Y en el séptimo, el veterano Dennis Laza, como si la épica fuera contagiosa, desapareció la pelota para sellar el destino del juego.

   Cuando Pavel entregó la bola y se sentó en el banco, con la toalla empapada en la nuca y el pecho agitado, no pudo evitar mirar al cielo. El sol seguía ardiendo, pero ahora parecía iluminarlo.

   Los Tigres amenazaron en el noveno. La tensión era un puño cerrado en cada corazón azul. Pero entonces emergió José Ángel García, el de los juegos salvados, el otro veterano acostumbrado a caminar sobre el filo. Tres outs. Victoria.

   Pavel no gritó. No alzó los brazos. Solo se quedó allí, sereno, como si lo supiera desde la noche anterior, cuando se convenció de que el Gigante no cae dos veces sin levantarse. 

   Su mirada se perdió entre las sombras alargadas del atardecer, sabiendo que aquel partido fue una declaración de principios.
   A veces, hay que sudar como un río, resistir como un roble, y callar con el ejemplo. Y hoy, en el Latino, Pavel Hernández volvió a ser grande. Gigante.