Yoikel Goicochea: patadas de fuego en invierno paraguayo (+Fotos)

Asunción 2025

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ACN - Cuba
Boris Luis Cabrera Fotos: Roberto Morejón (Jit)
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16 Agosto 2025

La Habana, 16 ago (ACN)  El Polideportivo Deportes Urbanos de la capital paraguaya se transformó hoy en un anfiteatro donde la tensión se podía palpar como un animal encadenado. 

   Allí, en la final de los más de 80 kilogramos de los II Juegos Panamericanos Junior, el taekwondoista cubano Yoikel Goicochea entró al tatami con la serenidad de un gladiador que sabe que la historia lo estaba esperando.

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   En las gradas, los cubanos no pestañeaban. El jefe de la delegación, el presidente del Inder, Osvaldo Vento, atletas y entrenadores gritaban. En Cuba, en la distancia, muchos seguían la transmisión como si de un ritual colectivo se tratara: las familias detenían el soplo, las manos se crispaban en cada acción y había una corriente invisible uniendo La Habana con Asunción.

   El rival, el colombiano César Silva, tensaba los músculos como un felino listo para atacar. Pero frente a él, Goicochea desplegaba un cuerpo construido para el combate: extremidades largas que cortaban el aire como lanzas, reflejos afilados en años de disciplina y, sobre todo, una estirpe heredada de su madre, la exbaloncestista Dalia Henry, que le enseñó a nunca retroceder.

   Una danza peligrosa fue el primer asalto, un intercambio de golpes que estremecía el aire helado del recinto. Cada punto ganado fue una llamarada, cada patada recibida, un recordatorio de que la gloria se conquista con cicatrices. Goicochea se hablaba a sí mismo en silencio: “Resiste. No te quiebres. Hoy es tu día”.

   En las gradas, un suspiro colectivo acompañaba cada giro, cada impacto. Los cubanos parecían un solo corazón latiendo contra el frío, hasta que el 12-9 calentó el ambiente.
    Silva intentó presionar, pero la respuesta fue un contraataque limpio, certero, que encendió un grito caribeño en medio del silencio de los paraguayos.

   El segundo asalto fue la consagración. Goicochea, dueño ya del ritmo, impuso su autoridad con la calma de quien conoce el desenlace. La pizarra selló un 14-8 inapelable y la contienda terminó, pero el eco de los gritos seguía rebotando en las paredes como si la batalla aún ardiera.

   En el instante que el árbitro levantó su brazo, el joven que alguna vez practicó otros deportes, que buscó su lugar en diferentes canchas y arenas, comprendió que este era su destino. 
   Soltó la presión, se cubrió el rostro, y luego, como un relámpago, buscó la bandera cubana.

   La paseó sobre los hombros, caminando el tatami como un conquistador que regresa con botín. La tela roja, azul y blanca con una estrella grande ondeaba en el aire frío de Asunción mientras los cubanos gritaban su nombre. 

   Fue un cierre antológico: el oro brillando, la delegación abrazada, una nación entera sacudiéndose el hambre de victorias.

   En la mitad del calendario panamericano, Cuba recordará esta jornada como un presagio. Vendrán más batallas, vendrán más triunfos, pero ninguna podrá borrar la imagen de Yoikel Goicochea caminando con la bandera en el escenario, como un conquistador moderno que arrancó a la historia su lugar en la eternidad.