Una mirada eterna detrás de Aquellos ojos verdes

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ACN - Cuba
Alain Amador Pardo
45
26 Septiembre 2025

   El 26 de septiembre de 1902 nació en Matanzas un pianista y compositor que, sin proponérselo, escribió una de las canciones más famosas del siglo XX.

   Nilo Menéndez Barnet no fue un artista de fanfarrias ni un nombre repetido en titulares ruidosos, pero dejó una huella tan profunda que, 123 años después de su nacimiento, sigue viva en los acordes de "Aquellos ojos verdes", la obra que lo convirtió en inmortal.

   Cuba entera respira música y Menéndez no fue la excepción. Desde joven se sentó frente al piano con la disciplina de quien sabe que cada tecla es un universo; con naturalidad, sin artificios, pero con un refinamiento que lo distinguía.

   Se formó en la isla y luego llevó ese conocimiento al gran escenario de la vida, al convertirse en pianista, compositor y director de orquesta integral, de los que saben que detrás de cada canción hay una arquitectura invisible que sostiene la emoción.

   Cuando en 1929 —junto al poeta Adolfo Utrera— Nilo escribió "Aquellos ojos verdes", no podía imaginar que ese bolero, que vio la luz en una Cuba que comenzaba a vibrar con la radio y los salones de baile, se transformaría en una melodía universal.

   La letra de Utrera hablaba de nostalgia, de miradas inolvidables, de sentimientos que todos reconocemos; la música de Menéndez le dio alas a esas palabras y juntas volaron más allá de frontera.

   El tema se expandió como un secreto compartido. Primero en La Habana, luego en México, Nueva York, Madrid, y fue traducida al inglés como "Green Eyes", para luego alcanzar fama mundial en los años 40 del siglo pasado, gracias a la orquesta de Jimmy Dorsey.

   Y lo extraordinario es que nunca dejó de sonar por Nat King Cole, The Platters, las orquestas de Percy Faith y Ray Conniff, y Antonio Machín, entre tantos otros y  décadas después, sigue apareciendo en películas, en recopilaciones, en conciertos, en los cuales algún cantante decide rendir homenaje al bolero clásico.

   Cada versión de "Aquellos ojos verdes" tiene algo de Nilo Menéndez: el toque melódico que lo distingue, esa mezcla de sencillez y sofisticación que caracteriza a la música cubana. No importa si la canta una voz poderosa en un teatro o un trío íntimo en un bar, la esencia es la misma. Es la eternidad en forma de canción.

   Nilo, sin embargo, no fue solo esa obra monumental: dirigió orquestas, acompañó a intérpretes, compuso otros temas, era un hombre que entendía el valor de la música como espacio de encuentro y su piano no buscaba protagonismo, sino armonía.

   Y quizás ahí radique su grandeza: en haber sabido que la música no pertenece a quien la escribe, sino a todos los que la sienten.

   Hoy, en su aniversario 123, lo que recordamos no es únicamente a un compositor con talento, sino a un cubano que supo dar al mundo una canción que habla de amor en un idioma universal; legado que no se mide en fechas ni en cifras, sino en la emoción de quienes tararean su melodía sin saber siquiera su origen.

   Pensar en Nilo Menéndez, es también reflexionar sobre el lugar del bolero en la cultura cubana. El género que nació en Santiago de Cuba y se expandió por todo el continente encontró en él a un arquitecto sensible, capaz de construir un puente entre lo íntimo y lo universal.

   Todos estamos de acuerdo en que el bolero, inscrito como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la mayor de las Antillas y México, tienen en "Aquellos ojos verdes" no solo un genuino exponente, sino, además, un símbolo de cómo la música de Cuba conquistó al planeta sin perder sus raíces.

   El autor murió en 1987, lejos de su Matanzas natal, pero con la certeza de haber entregado al orbe un tesoro irrepetible, y sus restos descansan desde diciembre de 1990 en La Habana.

   Sin embargo, Cuba todavía no agradece lo suficiente a ese pianista discreto que obsequió un regalo tan magnífico, un pedazo de eternidad: "Aquellos ojos verdes serenos como un lago, en cuyas quietas aguas un día me miré, no saben la tristeza que a mi alma le dejaron, aquellos ojos verdes que yo nunca besaré".