Sangre joven hizo crecer semilla de la Revolución

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Marlene Montoya Maza| Foto de Archivo
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26 Noviembre 2015

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El 30 de noviembre de 1956 tres jóvenes de Santiago de Cuba cayeron en las calles de su ciudad natal: Pepito Tey, Tony Alomá y Otto Parellada durante el asalto a la antigua estación de la policía, en la Loma del Intendente.

Ese recinto militar formó parte del plan para levantar en armas a esa urbe y otros puntos del Oriente en apoyo al desembarco de los expedicionarios del Yate Granma, que ese día debieron llegar a las costas cubanas para reiniciar la lucha.

Por las inclemencias del tiempo y el exceso de carga de la embarcación que los trajo a la Patria, lo hicieron el dos de diciembre.

En la toma de la estación de policía los asaltantes estaban en desventaja en cuanto a posición, ya que su única protección era la escalinata de Padre Pico y las ráfagas disparadas por los esbirros desde las garitas, en un nivel más alto, impedían su avance.

De los tres caídos, José Tey Saint Blancard (Pepito) era el más joven, a punto de cumplir los 24 años, y desde las aulas de la Escuela  Normal para Maestros del Oriente se unió a Frank País en el combate estudiantil contra la dictadura.

Entusiasta y sonriente era Antonio Alomá Serrano (Tony), de 29 años, quien no pudo ver nacer a su hija, aún en el vientre de la madre.

Otto Parellada Hechavarría fue otro de los mártires, con solo 28 años y una intensa trayectoria en la clandestinidad, en la preparación y ejecución de sabotajes.

Incluso, dos años antes guardó prisión, al ser sorprendido cuando planeaba uno en la carretera de Ciudamar.

Imposible dejar de mencionar a Frank País, alma y guía del levantamiento ocurrido hace 59 años.

Luis Clergé, compañero de lucha del joven líder, manifestó que mucho le impresionó de Frank su serenidad en los momentos más tensos y en esa forma educó en la lucha.

Siempre decía que aún en las condiciones más difíciles había que conservar la calma para tomar buenas decisiones, ya que la ira, el miedo y la incertidumbre influyen a la hora de reflexionar, acotó Clergé.

Por eso, dijo, pudo dirigir un movimiento de grandes proporciones, a la par de sus cualidades como organizador sin haber pasado escuela militar alguna, su perceptibilidad del peligro, exigencia, poder para planificar hasta el último detalle y, sobre todo, su autoridad.

Gracias a esas virtudes y el poder de convocatoria,  Frank pudo aglutinar a tantos revolucionarios, a quienes convenció de que valía la pena poner en riesgo la vida por una causa justa y así lo demostró en la organización del levantamiento del 30 de noviembre de 1956.