Juan Carlos Duarte Ramos nunca ha sido un hombre que hable demasiado, aunque sí tiene muy claro que la vida es corta para ser infelices.
Bien lo sabe y lo ha visto de cerca, en los últimos 20 años de su existencia, porque por sus manos han pasado miles de féretros tanto para inhumaciones como exhumaciones.
En el cementerio municipal de Pinar del Río, conocido como Agapito, Juan Carlos encuentra cada día más en su oficio de sepulturero: paz, tranquilidad y la satisfacción de acompañar a los dolientes con respeto.
Al principio fue muy difícil trabajar aquí, si no llega a estar el viejo Ramón, que me ayudó, no hubiera podido, aseguró a la Agencia Cubana de Noticias.
Me fui adaptando poco a poco, aunque siempre es duro cuando me toca enterrar niños, porque son vidas que se pierden muy temprano y nadie está totalmente preparado para eso, apunta quien a sus 53 años de edad no practica ninguna religión más cree en lo sagrado de la “última casa” de todos.
Trato de hacer mi trabajo bien, son momentos dolorosos para las familias y algunas vienen muy afectadas, y me pongo en el lugar de cada uno, precisa.
“Enterrar a mis padres ha sido lo peor que me ha pasado, me tocó hacerlo y eso marcó un antes y un después en mi labor, pues comprendo mejor el dolor de la gente.”
Duarte Ramos a veces se “pierde” entre sepulturas; prefiere caminar cada mañana antes de que llegue un entierro, como quien pasa revista al patrimonio del camposanto o dialoga con los que allí descansan.
Con pesar recuerda aquellos duros meses en que la COVID-19 cobró la vida de tantos pinareños: “fueron momentos muy difíciles, llegamos a enterrar 15 personas en un día -suspira- eso fue tremendo”.
Este trabajo requiere mucho amor y sensibilidad; el sepulturero tiene que ser muy ético y respetuoso, dejar en la casa los problemas personales antes de llegar aquí, destaca.
Juan Carlos tiene tres hijos y uno de ellos, Blas Enrique, siguió sus pasos y laboró cinco años a su lado; motivo de orgullo para el padre.
Hay que ser felices en esta vida, la única que tenemos, asevera quien no ha estado exento de problemas y tristezas, pero cada día comprende que de nada valen el egoísmo, los resentimientos y la envidia.