En Angola coincidieron padres e hijos, hermanos, primos, esposos. Muchos combatientes cuando llegaron ya habían perdido algunos de sus seres queridos en la misión internacionalista. Ese fue el caso del teniente Ulises Casado Machado y el soldado Arnold Rodríguez Rosabal.
No se hubieran conocido de no ser por la casualidad, y por esas cosas del azar también supieron que sus progenitores murieron en Angola en 1976.
Ahí estaba el destino, con sus sorpresas, uniendo a los descendientes de los héroes para darles la oportunidad de enaltecer aún más la memoria de sus progenitores.
Arnold poco recordaba del rostro de su papá. Tenía seis años cuando éste marchó a África. Lo que sí tenía en su mente era el brillo de unos ojos negros y una mano acariciándole los cabellos y diciéndole: “Cuida a tu mamá que ahora tú eres el hombre de la casa”.
Y él asegurándole, ¡tan chico!: “Eso es por poco tiempo, tú vas a volver pronto”.
Pero pasaron los días, meses y años y no volvió. Él seguía yendo a la escuela, sacando buenas notas, ayudando a su progenitora en lo que podía.
Evitaba fajarse con algún muchacho para que ella no tuviera que molestarse. Hasta que una tarde oyó hablar de muerte y las lágrimas de su madre fueron la respuesta a sus preguntas. Él apenas lloró, porque seis abriles eran pocos para comprender la magnitud de la palabra.
Después vendrían los años y el llamado a cumplir el servicio militar y también misión internacionalista. Dijo que sí, de corazón. Quería saber cómo era el país donde su padre falleció en combate.
El teniente Ulises Casado era un poco mayor. Contaba ocho años cuando el capitán Ernesto Casado García salió para Angola. El artillero partió y dejó en la mejilla de su hijo un beso cálido. El niño lo vio partir sonriente, gallardo con su uniforme verde olivo.
Así lo recordaría siempre y esa imagen lo llevó a incorporarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Así el joven, que no solo en rostros, también en los gestos se parecía a la figura paterna ausente. Se graduó como político navegante en la Marina de Guerra Revolucionaria.
La vida le pondría ante sí una prueba difícil, pues en tierra angolana lo destinaron como político de un destacamento de tanques.
Eso no lo amilanó. “Fue como empezar de nuevo, en la práctica es donde uno se gradúa”, afirmó.
Cuando le pregunté por su mamá, respondió: “La misión no la cogió de sorpresa, es como si la esperara. Yo solo seguí el ejemplo”.
Ulises sabía que su padre cayó en Cuanza-Norte, y le hubiera gustado ir hasta allí para rendirle tributo, pero fue imposible.
No obstante, en su pedacito no faltaban las flores que se empeñaban en salir en la tierra escasa de agua. Eran para Ernesto Casado y para todos los cubanos que regaron con su sangre el suelo angolano.
Antes de irme, Arnold me mostró la carta que enviaría a su madre, a propósito del 7 de diciembre, en ocasión de cumplirse un aniversario del retorno a Cuba de los caídos en el cumplimiento del deber internacionalista.
“…para usted el dolor será doble pues en estas tierras donde hace algunos años mi padre con su sangre regó como agua la tierra para que germinaran nuevas semillas, ahora se encuentra su hijo amado, el único fruto de ese bello amor.
“Sé que estoy lejos y no sé cuánto tiempo lo estaré, pero me siento seguro, porque lejos de esa incierta soledad está el recuerdo y el espíritu revolucionario que mi padre nos legara a todos.
“Sé que usted no está completamente sola, pues tiene al lado a nuestra Revolución. Con ello digo, que en medio de la nostalgia y el dolor se sienta orgullosa de saber que su hijo ha seguido el ejemplo de su papa…”
Durante mi paso por tierra angolana, historias como esas quedaron grabadas en mi memoria. Aquel día, aunque aún yo no tenía hijos, me vi como la madre de Arnold, orgullosa de aquel muchacho tan serio y seguro.
Cuando nos despedimos, no sé por qué sentí que muy cerca estaban sonrientes, mirándoles los rostros, sus queridos padres; ellos también sentían el orgullo revivido.
