Roberto Jiménez Hernández no conoce de segundas posiciones, ni del camino construido por otros. Por el contrario, le ha tocado ser parte de la vanguardia en muchas circunstancias y abrirse paso ante los desafíos de la vida.
Y es que este santaclareño de 77 años pertenece al grupo de quienes iniciaron sus estudios universitarios al triunfo de la Revolución y fue de los primeros egresados de la carrera de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV), que este noviembre celebra 60 años de fundada; y también de quienes fueron pioneros en la Asociación de Jóvenes Rebeldes y la Unión de Jóvenes Comunistas.
Su lista de primeros tendría varios puntos más: enrolado en lalucha contra bandidos en el Escambray, estudiante de doctorado en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en una especialidad de matrícula tan restringida como la de Antenas; y puntero entre los jubilados recontratados por la casa de altos estudios al resultar, sencillamente, imprescindibles.
Los que conocen su trayectoria profesional lo saben en el equipo fundador de la empresa Antena, entre los que construyeron la pionera computadora analógica y, sobre todo, en el grupo de los que se aferraron a la difícil tarea de educar como una parte indispensable de su existencia.
Este es el Roberto del que todos hablan, al que sus compañeros de Departamento en la Facultad de Eléctrica reconocen como una historia viva de la UCLV, lleno de méritos, de enseñanzas.
Sin embargo, Roberto solo resulta la mitad de un ser que se completa con la existencia de Juana Concepción Roqueta Suárez (hija de un viejo comunista de Jicotea). Su Conchi no fue la novia en la boda que costeó con los 140 pesos de instructor no graduado en 1963 y de la que salieron cuatro hijos; tampoco fue la segunda esposa con la que tuvo una descendencia. Concha es su tercera compañera, la mujer con quien obtuvo la felicidad plena, la persona de quien él se siente más orgulloso.
Aunque ella lo acompaña desde 1991, conoce cada detalle de su existencia, por eso, cuando Roberto cuenta las anécdotas –inacabadas en su memoria por el peso de los años– sobre los primeros pasos de su formación, Concha, desde una esquina de la sala, remata cada frase, muestra cada premio, todo libro.
Así, rememoran una vida entera dedicada al magisterio, que inició cuando Roberto tenía solo 15 años y cursaba el cuarto de bachillerato, no en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santa Clara –como él insiste en especificar–, sino en el colegio Lincoln.
A ese centro, creado con el fin de ayudar al Movimiento 26 de Julio, por Margot Machado Padrón –jefa del clandestinaje en Las Villas y madre del mártir santaclareño Julio Pino Machado–, le debe su formación revolucionaria, el amor por las matemáticas y su vocación de maestro. Le debe, además, sus inicios como participante activo en la lucha de clases que se gestaba en la sociedad cubana de la época.
La habilidad en los dedos que le habían otorgado los estudios de piano (su otra pasión), le permitió escribir las convocatorias para la huelga del nueve de abril, en la que estuvo junto a Berena Pino. Asimismo, guardó y vendió varios ejemplares del libro de poesía de Chiqui Gómez Lubián –parte del fondo del Movimiento 26 de Julio– y cometió, según cuenta, el delito más grave de su tiempo: “ser joven y ferviente revolucionario”.
Ese mismo piano, que le dio la experiencia para dominar la máquina de escribir en solo dos madrugadas, se convirtió en el refugio de su asfixiada juventud cuando la plenitud del alma se volvía una composición, esa misma que dejó de crear melodías en el instrumento para hacerlo en la historia. Eso ha sido la vida de Roberto: una melodía que estremece la UCLV desde el 30 de noviembre de 1959 y que promete no detenerse jamás.
Parecía que el 2008 formaba parte de sus tiempos finales en esa institución. Ya había logrado todos los méritos impensados y ahora, además, recibiría la condición de profesor Emérito. Pero la universidad estaba muy dentro de sí mismo como para dejarla escapar, por lo que cada premio, proyecto, e incluso, el libro Fundamentos de la Ingeniería Electromagnética –que dejó como huella–, no fueron suficientes; y aunque se jubiló en el 2011, continúa allí su colaboración.
Aun así, nuestro entrevistado renuncia a cualquier ego, recuerda las palabras de su profesor de bachillerato Gaspar Jorge García Galló: “el buen maestro es aquel a quien sus alumnos lo superan”, y guarda, como mayor trofeo profesional, haber tenido entre sus estudiantes a Miguel Díaz Canel, actual presidente cubano.
Ese es Roberto, un hombre lleno de sencillez, quien limita cada palabra para no pecar de inmodestia, pero no lo logra porque su propia historia y su propia Concha le juegan en contra.