La Habana, 27 jul (ACN) Muchos cubanos amanecieron hoy con la noticia de la tercera derrota del equipo nacional sub 12 que participa en la VIII Copa Mundial de la categoría en la ciudad de Tainan, China Taipéi, y la imposibilidad de avanzar a la Superronda para luchar por las medallas.
Fue ante México, con marcador de 3-0, en un juego marcado por dos errores defensivos que abrieron la puerta a todas las anotaciones rivales.
Apenas dos incogibles conectaron los nuestros para alargar a 13 las entradas en linea sin fabricar carreras. Fueron 13 entradas de angustia contenida, de impotencia, de esas que hacen doler el alma, incluso desde la distancia.
La película de este certamen ha sido amarga desde el inicio. En el debut, los dirigidos por Raúl Rodríguez se midieron al equipo local, vigente subcampeón y dos veces monarca del mundo, y luego a Japón, actual número uno del ranking universal. En ambos casos, la entrega fue incuestionable, pero la superioridad rival también lo fue.
Y duele verlos llorar al final del partido, mirar al cielo buscando consuelo o respuestas que no llegan. Duele porque son niños con alma de gigantes, que han renunciado a tanto para estar ahí. Niños que juegan por un país entero que los ve, los juzga y los celebra.
La dirección técnica cubana no es improvisada. Tiene historia, experiencia y resultados. Pero ni el conocimiento más probado puede obrar milagros cuando se enfrentan carencias estructurales.
A veces se olvida que estos peloteritos compiten muy poco en casa, sin una alimentación adecuada que potencie su crecimiento, con limitaciones materiales, y además, sin tiempo para adaptarse a los cambios horarios luego de eternos vuelos.
Y mientras tanto, otras naciones dan pasos firmes hacia adelante, con academias de alto rendimiento, ligas bien organizadas, estructuras de apoyo psicológico y físico, y la experiencia constante de medir sus fuerzas en torneos de nivel. El desarrollo de los rivales no se detiene. Cuba, en cambio, a veces parece correr en una cinta estática, donde el esfuerzo no alcanza para avanzar.
No es una justificación. Es una realidad que golpea. Y aun así, ahí están, jugando con el corazón, entregándose en cada lance, corriendo tras cada batazo como si fuera el último.
Niños que a los 11 o 12 años conocen el rigor del sacrificio, la disciplina de los entrenamientos interminables, la renuncia a tardes de juegos, a cumpleaños familiares, a vacaciones escolares.
Ahora, el camino los lleva a enfrentar a Australia y Alemania para cerrar la fase de grupos y luego vendrá la ronda de consolación, donde buscarán la mejor ubicación posible.
Aunque no haya podio en el horizonte, hay algo que sí está en juego: los puntos para el ranking mundial de la Confederación Mundial de Béisbol y Sóftbol (WBSC), donde Cuba hoy ocupa el lugar 12, en un listado que lideró alguna vez en el pasado.
Lo que no se mide en ese ranking, ni en ninguna tabla de posiciones, es el coraje con que estos niños representan a su bandera. Porque aunque esta Copa les esté siendo esquiva, lo que no les falta es el alma, y esa, aun entre derrotas, sigue invicta. Que no lo olvide nadie.