Historias del playoff: el último rugido

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ACN - Cuba
Boris Luis Cabrera | Foto: Tomada de JIT
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04 Junio 2025

Las Tunas, Cuba, 4 jun (ACN) El sol, implacable, se posó hoy sobre el Bosque Encantado del Julio Antonio Mella como si presintiera que aquel paraíso tunero, tantas veces inexpugnable, iba a ser testigo de un acto definitivo.

   En el corazón caliente del oriente cubano, los Tigres de Ciego de Ávila escribieron la última página de su epopeya: vencieron por cuarta vez consecutiva a los Leñadores de Las Tunas y se proclamaron campeones de la III Liga Élite del Béisbol Cubano.

   Más que un triunfo, fue una gesta que desbordó el diamante y se internó en el territorio de lo mítico. Un equipo que arrancó la temporada sin grandes nombres, sin ruido, y con más dudas que certezas, se convirtió, paso a paso, en un huracán de determinación. 

   Danny Miranda, su arquitecto de alma serena y verbo pausado, moldeó una escuadra con manos de orfebre. Perdió piezas claves antes del inicio, pero supo elegir refuerzos con el tacto de un poeta que escoge palabras. Y esas piezas —Laza, Samón, Cepeda— respondieron como titanes llamados por el destino.

   Pero no fue solo experiencia lo que llevó a Ciego hasta el cielo. Fue también juventud irreverente, chispa en los jardines, firmeza desde el montículo. Zerquera, el dueño de las victorias; Batista, de la calma; Rodolexis, el relámpago que abre caminos; Tailon, Robert Luis, Castillo... todos fueron ladrillos en un castillo construido a punta de coraje y sincronía.

  Este miércoles, como si el guion lo dictara una divinidad del béisbol, Samón volvió a ser profeta del destino. En el primer inning pegó un doblete que impulsó la primera carrera y en el tercero repitió la dosis, como quien clava estacas invisibles en la voluntad rival.

   Y entonces llegó él, el hombre de los jonrones consecutivos, Dennis Laza, y depositó la última ofrenda detrás de las cercas. Cuatro juegos, cuatro vuelacercas, una corona. El cierre lo puso Leonardo Moreira, y cuando cayó el último out, Ciego rugió como si nunca antes hubiera ganado. Victoria 6-4.

   Pero en cada historia de gloria hay un adversario digno. Los Leñadores, bicampeones nacionales, fueron eso y más. Fueron el espejo que obligó a los Tigres a superarse. Jugaron con pundonor, aunque las fuerzas parecieran escurrirse como agua entre los dedos. 

   Su pueblo creyó, como creyó siempre, y los siguió hasta el final, incluso cuando la esperanza se reducía a cenizas. Las Tunas, que en los últimos años fue el símbolo del poder oriental, no cayó por falta de orgullo, sino porque esta vez el destino se vistió de rayas felinas.

   En las gradas hubo silencio, pero no indiferencia. Los tuneros, dolidos, supieron reconocer la grandeza del rival. Porque el béisbol, cuando es puro, no entiende de odio, solo de respeto. Y allí, en medio del calor, de la tierra batida y del aroma a conga apagada, se selló un ciclo. No fue un adiós, fue una promesa de regreso.

   Danny Miranda lo dijo con voz rota: “Este es el momento más feliz de mi vida”. Y lo es, porque su obra no fue solo táctica, fue humana. Logró lo improbable: convertir a un grupo en familia, a un puñado de esperanzas en un ejército de sueños realizados.

   Ciego de Ávila, campeón tres veces en Series Nacionales entre 2012 y 2016, vuelve a levantar un trofeo. Y esta vez lo hace en la élite, en el nuevo mapa del béisbol cubano. Con su nombre al lado de Agricultores y Cocodrilos de Matanzas, los Tigres han dejado de ser aspirantes para convertirse, otra vez, en historia viva.

  Que su rugido resuene. Que esta hazaña se cante en los parques, en las radios, en los cuentos que se heredan. Porque hay coronas que se ganan. Y otras, como esta, que se merecen.