Sancti Spíritus, 29 sep (ACN) Al pie del horno encendido, con la piel empapada de sudor y la ropa marcada por las huellas del carbón recolectado apenas unas horas antes, Filiberto David Hernández Blanco se abrazó a su filosofía de carbonero, que indica que hacer el bien a los demás, sobre todo en momentos tan complejos, es una cuestión del alma y "no de billetera".
Este guajiro, poseedor de una nobleza que sobrepasa cualquier medidor, reveló a la Agencia Cubana de Noticias particularidades de las décadas dedicadas a estos ajetreos, un oficio aprendido desde niño en Los Alazanes, un caserío ubicado en la geografía de la comunidad espirituana de Paredes, a poco más de 30 kilómetros al sureste de esta ciudad capital.
Mi papá siempre hizo carbón para poder ganar unos pesos y ayudar a sostener la familia, y de él aprendimos cuando apenas levantábamos dos cuartas del suelo, rememoró al tiempo que sonrió, y su verbo regaló la frase de lo que bien se aprende nunca se olvida.
Es una labor dura, hay que meterse en el marabuzal, cortar la madera, alistarla, acarrearla con bueyes, preparar la carbonera, parar los palos, cubrirlos con tierra y guano y después encenderlos, enfatizó.
Filiberto David detalló que hace hornos de todos los tamaños, desde los que dan más de 300 sacos hasta otros pequeños, principalmente, cuando alguien tiene una emergencia en su casa y necesita de este combustible vegetal.
Con los grandes puedes estar entre 10 y 15 días desvelado, durmiendo poco y muy atento porque cuando aparece fuego en los orificios, en las bocas, hay que apagarlo de inmediato para no perderlo, explicó Hernández Blanco, y la lima rascó el filo de la mocha para entrarle pronto al monte.
Aquí en Los Alazanes, expresó, tenemos corriente por los paneles solares instalados en las viviendas hace algunos años, gracias a un proyecto que mucho nos aportó, pero la corriente tampoco es suficiente para las hornillas y un día, ante la insistencia de mi mujer, me "afinqué" en estos ajetreos.
Y ya es oficio de todos los días porque está tu hogar, el de la familia, tus vecinos y hasta de gente desconocida que viene procurando carbón para elaborar los alimentos en sus casas, señaló.
Mientras la memoria de Filiberto David viajaba a las enseñanzas de su infancia, recordó que desde entonces aprendieron a hacer el bien, a ayudar a los necesitados, a compartir lo que tuvieran, una filosofía de vida de la cual jamás podrá desprenderse.
Solo tienes que escuchar los precios del carbón en las ciudades, más los otros gastos de cualquier hogar, para "sacudir" la conciencia, sentenció con voz pausada, y hasta que las fuerzas me acompañen estaré de lleno en esta carbonera, aquí en Los Alazanes.
Aprendí, y la vida me ha demostrado, que ser útil es una cualidad imprescindible, y haciendo carbón intento serlo, para mi familia, mis vecinos y para muchos más, significó.