Luis Joaquín Callol Pal madruga todos los días, el trabajo se lo exige. Barrer 40 cuadras a lo largo de unos tres Kilómetros no es tarea fácil, que como dicen por ahí, debe hacerse “con la fresca de la mañana”.
El hombre sale de su casa en el reparto Rajayoga, de la ciudad de Santiago de Cuba, y coge su carrito piquer, un poco ya gastado por el uso diario y los avatares de la limpieza, pero fiel acompañante en la digna tarea de dejar relucientes muchas de las arterias del barrio, y un tramo del reparto Vista Alegre.
Tiene 63 años, de ellos 15 dedicados al barrido de las calles, y con una vitalidad que muchos jóvenes quisieran tener toma el carrito, una gran escoba y el recogedor para dejar impecable el espacio público que bien tempranito, al ir al trabajo o la escuela, verán los vecinos de esas áreas.
Es bastante callado, pero casi todos lo conocen, quien sale un poco más temprano lo ve religiosamente recogiendo la materia que la naturaleza con sus misterios expulsa, lo mismo hojas, ramas, que hierbas que afean el entorno en las orillas de las calles.
Algunos lo ven, y con la empatía y hospitalidad del cubano le brindan un traguito de café, acepta porque le encanta, saluda,
intercambia unas palabras y retoma rápidamente su misión.
Sabe que las calles lo esperan.
Su ropa de trabajo está bastante gastada, los guantes también, pero nada lo detiene, con energía quita la suciedad impuesta por la madre natura y por no pocos individuos que, en tono descompuesto, dicen que “el barrendero tiene que recoger toda la basura que esté en la calle” y con esa idea, lanzan desechos de sus casas a las arterias y aceras del vecindario.
“Muchos consideran que es un oficio ingrato, y casi siempre se ve como una última opción de empleo, pero es igual de honroso que otros tipos de trabajo porque resulta socialmente útil, con aportes a la estética de los espacios públicos y, sobre todo, a la purificación del aire que respiramos, resaltó Luis Joaquín.
¡Qué agradable es levantarse y ver las calles limpias, se ve todo más lindo, más fresco, da más gusto salir y disfrutar cada pedacito de esta hermosa ciudad!", comentó, con sonrisa esbozada.
Sin embargo, no oculta su preocupación con la indolencia de algunos ante la limpieza pública, un descuido que transita por personas de distintas edades, y no solo por los más jóvenes, a quienes muchas veces se les achaca el protagonismo de indisciplinas sociales.
Además, llama la atención algo: ¿Quiénes educaron a esos jóvenes?, pero ese es ya otro tema.
No obstante, Luis, como lo conocen en Rajayoga, se levanta entusiasmado cada día, con la alegría de saberse útil y hacer lo que le toca, no únicamente para devengar un salario, sino también para saborear el gusto indescifrable de servir a los demás.
Esta periodista piensa ahora en la antológica canción inmortalizada por Teresita Fernández, vienen a mi mente estos versos de “Lo feo”: basurero, basurero, que nadie quiere mirar, pero si sale la luna tus latas van a brillar.
Afortunadamente, a Luis Joaquín Callol Pal sí lo miran, lo buscan y lo quieren todos aquellos conscientes de la valía de su trabajo y admiradores de su laboriosidad.
A él no le brillan las latas en una noche fría, sino los ojos al despuntar del alba en el justo instante en que va rumbo a su faena, con su caminar pausado y firme a la vez.
Pero cuando más le resplandece la mirada es cuando ve todo limpio, fruto de sus manos, también cuando habla de sus compañeros de labor y del oficio, del cual dice siempre: “Soy barrendero, ¡y a mucha honra!”.