Repasadores, ¿necesidad o simplemente moda? (II y final)

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Tania Rendón Portelles | Foto Internet
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12 Octubre 2016

   Similar al mito de Sísifo se torna la polémica sobre los repasadores particulares, un fenómeno que crece en los últimos tiempos y que ha generado diversos enfoques por parte de directivos, padres y educandos, y no pocos son los criterios extremistas en este sentido.

   Similar al mito de Sísifo se torna la polémica sobre los repasadores particulares, un fenómeno que crece en los últimos tiempos y que ha generado diversos enfoques por parte de directivos, padres y educandos, y no pocos son los criterios extremistas en este sentido.
   Las múltiples opiniones se oyen en escuelas y hogares. Mientras, muchos padres “alargan” sus ingresos económicos del mes para destinar gran parte de ellos a esta nueva figura, lo que supone hoy una disyuntiva: ¿necesidad o moda?
   Edelberto Cancio, director de Educación en la provincia de Sancti Spíritus, insistió en conversaciones con la ACN en que la mayor parte de estos cuentapropistas lo que hacen es darle solución a los ejercicios de manera colectiva y no trabajan de forma individual, a diferencia de cómo debe hacerlo el maestro que está en el aula.
   Detalló que el claustro de profesores es el que realmente está preparado para trabajar de forma interdisciplinaria con el fin de que el alumnos venza las dificultades académicas, y es -además- el que desempeña un rol primordial en la formación de valores porque permanece con el educando unas 20 horas a la semana.
   Y es cierto que los repasadores generalmente son contratados para retos a corto plazo, como pruebas de fin de curso, de pase de nivel…
    Aunque la tarifa varía de un territorio a otro y aquí también opera la ley de oferta y demanda, los que se dedican a repasar no suelen ofertar sus servicios por poco dinero y cada encuentro puede costar 10 pesos, 15 pesos...
   Entonces, ¿quiénes son los que tienen acceso a esta posibilidad? ¿No es esta, acaso, una forma de limitar el principio de igualdad de oportunidades para todos?
   En varias entrevistas realizadas se comprobó que muchas familias hacen un esfuerzo extraordinario para que sus hijos puedan tener repasadores y no quedarse “atrás” en comparación con otros niños de su edad.
   No obstante, algunos padres manifestaron que apelan a ellos cuando su hijo no obtiene los resultados escolares esperados y obvian entonces otras estrategias más convencionales y no por eso menos efectivas, que pasan desde compartir con él las horas de estudio hasta establecer espacios de confianza que permitan detectar preocupaciones o crear motivaciones.
   En la provincia espirituana -territorio en el que al inicio del presente curso escolar existía un déficit de 807 docentes- se ha detectado que pululan repasadores para que los más pequeños aprueben hasta el diagnóstico de preescolar, una prueba que no define ni tiene relevancia para el futuro del alumno.
   Se ha demostrado, además,  que en el caso de las demarcaciones espirituanas de Fomento y Yaguajay, por ejemplo, prácticamente no existen repasadores para las pruebas de ingreso a la universidad, ya que en esos lugares hay un claustro de profesores fortalecido, estable y con experiencia.
   En tanto, en los municipios de Sancti Spíritus, Cabaiguán y Trinidad crece el número de estos cuentapropistas, localidades donde las familias poseen a su vez mayor solvencia económica. ¿Es acaso esto una casualidad?
   Necesidad de maestros, pérdida de métodos educativos en escuelas a la hora de enseñar al alumno cómo estudiar, falta de conocimientos de los padres para preparar a sus hijos en contenidos académicos o simplemente falta de tiempo por parte de estos, y hasta la propia moda, se dan la mano en este fenómeno e inciden en el creciente boom de la figura del repasador.
   No se trata de oponer a maestros y repasadores, sino de establecer espacios de conciliación, con la familia como mediadora, para beneficiar el proceso de aprendizaje de las nuevas generaciones en función de una educación de calidad.
   El principal objetivo es que los conocimientos que se adquieran perduren en los estudiantes y que éstos sean más que necesarios para que en una prueba el joven sepa marcar con una X la casilla correcta de un cuestionario.
   Además, es triste llegar al decepcionante punto de que el educando hasta comparta de manera despreocupada con sus compañeros de aula que el examen lo respondió a través del “tin marín de dos pingüé” o mirando lo que escribió el colega de al lado.