Obra de Manuel Ascunce Domenech sigue viva en Cuba

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ACN - Cuba
Mando Arreola | Foto: Archivo
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24 Noviembre 2025

   “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, dijo José Martí, una frase que cubre en toda su extensión al corto, pero generoso paso por la existencia física de Manuel Ascunce Domenech, asesinado el 26 de noviembre de 1961, junto a su alumno el campesino Pedro Lantigua, por bandas contrarrevolucionarias en las montañas del Escambray.

   Su nombre quedó para siempre instalado en la secundaria América, en la barriada habanera de Luyanó, donde el 26 de diciembre de ese propio año develaron el busto y la tarja del adolescente ultimado a los de 16 años de edad y en la cual estudió hasta el séptimo grado.

   Una idea de la firmeza con que se forjaba su carácter, ocurrió a los siete años, cuando sus padres, Evelia y Manuel, le propusieron cumplir con la primera comunión, a lo cual respondió: Yo no quiero tener nada con los curas.

   Al llamamiento de Fidel Castro para formar parte de las brigadas Conrado Benítez, otro alfabetizador masacrado por bandidos contrarrevolucionarios,  Ascunce, quien nació en enero de 1945, se incorporó de inmediato, pues desde bien temprano abrazó la defensa de la patria y asumió guardias para la protección de su centro escolar a raíz de la invasión mercenaria por Playa Girón e integró la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).

   Salió el 13 de julio de 1961 con destino al Campamento de la Alfabetización en Varadero y tras recibir preparación mínima técnica para dar clases, se le entregó el carnet No. 72792, con su uniforme y farol, a fin de cumplir el objetivo de enseñar a leer y escribir.

   El joven Manuel Ascunce fue designado para la antigua provincia de Las Villas, en la zona de Limones Cantero, municipio de Trinidad, donde dio clases a los campesinos Colina y Joseíto.

   En carta dirigida a sus padres el 4 de septiembre escribió: “Mami, dile a papi que, cuando venga, si puede me traiga un cake helado, pues los hombres y mujeres de aquí, nunca lo han comido, y el otro día dijeron que tenían ganas de comer dulces...”

   Contó la madre que llevaron el cake en una caja con mucho hielo seco y llegó intacto. Manolito no quiso comerlo y les dijo: “No mami, déjaselo a ellos que nunca lo han comido... yo lo comeré cuando regrese a La Habana”.

   En dos ocasiones más los progenitores lo visitaron. A él le gustaba comer con sus cubiertos. En una de esas visitas, Evelia se dio cuenta del trabajo que pasaba al comer solo con la cuchara, se le acercó y le dijo que le mandaría su juego de cubiertos, a lo que respondió:  “Mima, eso sería una humillación para esta familia”.

   Con posterioridad, se traslada a la casa de Pedro Lantigua, al proponer sustituir a su compañera Anaís, quien ocupaba el cargo de Asesora Técnica de la Zona, a la cual consideraba un lugar difícil, intrincado para una mujer y por la responsabilidad que desempeñaba.

   El hogar de Pedro Lantigua y Mariana de la Viña estaba situada en la Finca Palmarito, barrio de Río Ay, en Limones Cantero, una región cafetalera de difícil acceso e intervenida a su dueño seis meses atrás; uno de los hijos de este último integraba la banda que asesinó a Manuel y a Pedro.

   Durante la estancia con los Lantigua, se incrementaron los ataques de esas guerrillas, por lo que se emitió la orden de evacuar, pero Manuel insistió en quedarse para terminar su trabajo y regresar con la tarea cumplida.

   El 26 de noviembre de 1961, en horas de la tarde, Mariana coló café, recogido, cultivado y tostado en la propia finca, pero cuando lo estaba sirviendo, no llegó a manos de Pedro; los sorprendió la llegada de bandidos disfrazados de milicianos.

   Ella se percató de la simulación y salió en defensa de los suyos, quiso salvar a Manuel y presentarlo como uno de sus nueve hijos.

   A la pregunta de quién era el maestro, Ascunce contestó: «¡Yo soy el maestro!». Tal respuesta sin titubeos indignó a los forajidos y arremetieron contra él y Pedro de la forma más brutal y cobarde, además de llevarse con ellos a Pedrito.

   Mariana los persiguió y rescató a su hijo, después buscó ayuda y refuerzos, pero el estado del tiempo, la oscuridad y las dificultades del camino, le impidieron evitar el propósito de los alzados.

   Los bandidos ofendieron, amenazaron, golpearon y apuñalaron a Manuel y Pedro y, tras luchas, forcejeos y torturas y medio moribundos, los ahorcaron y colgaron de un árbol de acacia, a poca distancia de la vivienda de los Lantigua.

   Campesinos y brigadistas rindieron tributo emocionado y merecido a los dos mártires durante un improvisado funeral en un poblado cercano; más tarde al cadáver de Manuel lo trasladaron a la capital, donde un mar de integrantes del Ejército Alfabetizador, confundidas con otros miles de personas, dio el último adiós al Maestro.

   En el acto de despedida, el entonces Presidente Osvaldo Dorticós Torrado, expresó: “Al asesinar a este adolescente, se ha querido asesinar con él a una nueva generación que encarna el más lúcido y sano presente, y que anuncia para la Patria el más esclarecedor porvenir. Hoy hemos cavado una tumba para el héroe adolescente, pero con actos como este cava día a día su tumba el imperialismo y el capitalismo”.

   Manuel Ascunce Domenech y Pedro Lantigua, así como Conrado Benítez, y los miles de maestros voluntarios de todas las edades, contribuyeron al éxito de la campaña nacional de alfabetización que culminó en victoria el 22 de diciembre de 1961, en tanto que salvaron de la oscuridad a casi 700 mil cubanos iletrados y que hoy día continúa en curso con los lugares de Cuba en la ciencia, la medicina y la educación.