Dicen que en la oscuridad de la noche –cuando nadie lo puede oír-, el Museo Romántico de Trinidad, esa auténtica joya de la cultura y la arquitectura de Cuba, llora. Se lamenta calladamente por su antiquísima y variada colección de artes decorativas, una de las más valiosas del país, y se lamenta también por la chapucería y el mal trabajo que desde hace algún tiempo lo ronda.
En enero de 2014, este bellísimo palacete ubicado en la Plaza Mayor trinitaria, reabrió sus puertas como una de las obras emblemáticas de los 500 años de la ciudad museo del Caribe. Hace poco más de dos meses ha vuelto a cerrarlas a cal y canto por las filtraciones que amenazan a la carpintería, la porcelana y las lámparas.
Pero esta situación NO es exclusiva del Museo Romántico, la institución solo viene a engrosar la larguísima lista de sitios, calles o complejos en los que la falta de materiales adecuados, la premura con la que se ejecutan los trabajos, la escasa preparación del personal o la ausencia de controles de calidad rigurosos laceran su ejecución.
Y es que con las cifras millonarias que cada año se invierten en reparación, mantenimiento o construcción de objetos de obras, cualquiera pudiera pensar que los presupuestos abultados sobran en la Isla.
Sin embargo, la realidad cubana es bien diferente: para cualquiera de esas inversiones –necesarias todas por su impacto económico o social- han de sacarse mil y una cuentas, priorizar aquellas más apremiantes y jugar bien con cada centavo, cual si fuesen fichas de ajedrez.
Si los proyectos pensados y planificados con suficiente antelación NO escapan a esta realidad, ¿qué decir de aquellos que se levantan en el contexto de celebraciones, fechas históricas o visitas?
Cuando en el 2013 el Paseo de Marcos García o Avenida de los Mártires, populosa arteria de la ciudad de Sancti Spíritus, fue reinaugurada tras una compleja y amplia reparación, muchos espirituanos miraron con asombro y enojo los pequeños tramos en los que al parecer el cemento se “había escurrido” ya y por donde apenas se podía caminar, sin tropiezos.
La reconstrucción de la vía que fue levantada en las primeras décadas del siglo XX para comunicar el centro histórico con la zona moderna era apenas la punta del iceberg –como la denominó un colega por aquellos días- del movimiento constructivo que antecedió a los festejos por el medio milenio de la otrora villa del Espíritu Santo.
Lo que debió haber sido una obra insigne de las celebraciones, se convirtió en un ejemplo de cuánto impacta en las arcas del Estado y en la propia población la mala calidad.
De lo que puede lograrse cuando las ganas de hacer, los controles minuciosos y la preparación de los obreros y técnicos se conjugan puede dar fe el Parque Serafín Sánchez, un espacio con altísimo valor patrimonial –reconstruido también para el 500- y que ahora deviene símbolo para los espirituanos.
Ojalá que en los próximos años la lista de los inmuebles ejecutados de acuerdo a los parámetros establecidos sea cada vez más amplia para que las elevadas cifras erogadas por la nación NO vayan a parar a saco roto.
Una acertada preparación y capacitación de los trabajadores vinculados al sector, exhaustivos controles de la calidad y de los recursos y un mayor incentivo para elevar la producción local de materiales pudieran ser algunas de las aristas para frenar un fenómeno que al parecer comienza a ser más frecuente en la sociedad actual.