
Durante las difíciles circunstancias de enero de 1895, cuando la inteligencia española penetró el proyecto de las expediciones hacia Cuba y alertó a las autoridades estadounidenses que ocuparon navíos, armas y demás pertrechos, José Martí tuvo que desplazarse clandestinamente desde Florida, donde supervisaba el Plan de la Fernandina, hasta New York y ocultarse en la vivienda de su médico el doctor Ramón Luis de Miranda.
Según comentó un testigo, en su aislamiento “Martí se paseaba, silencioso y nervioso, de un extremo a otro del salón de la casa y parecía descorazonado y abatido”.
Los funcionarios colonialistas se encargaron, con el apoyo de la prensa integrista y sus aliados en Estados Unidos, de la agencia policiaca Pinkerton, de divulgar que él estaba detrás de los preparativos y debía ser detenido, lo cual provocó que el líder cubano se convirtiera en la persona más buscada por las autoridades, los agentes hispanos y hasta por la propia prensa del país debido a la gran noticia que representaba.
Para España estaba claro que su solución final no sería definitiva mientras Martí estuviera vivo y ya en diciembre de 1892, dos traidores pagados por Madrid lograron penetrar su círculo cercano y envenenaron su licor, intento del cual se salvó el Apóstol al sentir algo extraño en la bebida y no tomar toda la copa, no obstante lo poco ingerido fue suficiente para que estuviera más de un mes en cama con peligro para su vida.
Pasadas las primeras semanas de la campaña mediática sobre el desastre, paradójicamente la divulgación de la gran dimensión de los medios incautados levantó la exaltación patriótica en la Isla y en la emigración, porque se demostró que aquel brillante político y orador era, además, un genio organizador práctico y estratega capaz de liderar la nueva contienda con la fundación del Partido Revolucionario Cubano.
En esas circunstancias, con el Apóstol de la independencia pletórico de actividades para seguir adelante con sus planes, el doctor Miranda y Gonzalo de Quesada, su colaborador más cercano y albacea, junto a otros amigos decidieron celebrarle el cumpleaños aunque muy lejos de predecir que sería la despedida del Maestro.
Planearon reunirse en la noche del 28 de enero de 1895 en el restaurante Dolménico, de la ciudad de New York, al que solía ir Martí y en el cual existían ciertas condiciones de privacidad para homenajearlo con relativa seguridad.
De acuerdo con testimonios de la época, a la cena asistieron Carmen Millares, María Mantilla, Gonzalo de Quesada, el doctor Ramón Luis Miranda y Gustavo Govín, familiar del galeno.
La asistencia al reservado donde se celebró el homenaje, se realizó por separado bajo estrictas medidas de seguridad. Arribaron tres participantes en tranvía, luego Martí junto a otro acompañante en coche, y la salida tuvo lugar de la misma forma, por separado.
Al Apóstol sus amigos le brindaron una comida especial pero sencilla, como era su gusto, en la que se incluyeron pargo frito, arroz a la vizcaína, ensalada de vegetales, vino Mariani y frutas tropicales.
Miranda, con su sentido observador, vio cómo Martí se mostró tranquilo, seguro y esperanzado en el futuro de la Patria libre y en consecuencia el primer brindis fue: ¡Todo por Cuba y para Cuba!
Contó el testigo que el insigne patriota disfrutó con los chistes “…siempre chispeantes y del más sano humorismo”, pero “…jamás le oí emplear palabras hirientes” “…ni le vi adoptar posturas vulgares”, destacó. Además, durante el cumpleaños se habló de varios temas, entre ellos la necesidad de dinero para la causa, sobre lo cual dijo el brillante intelectual, periodista y político:
“El dinero nunca ha sido mi ideal, y ustedes comprenderán que, de haber sido ese mi anhelo, yo hubiera hecho fortuna”.
Muy probablemente, después de la cena y durante el resto de la noche Martí se haya dedicado a elaborar o completar el texto del mensaje para ordenar el alzamiento en la Isla, dirigido a Juan Gualberto Gómez en La Habana, que firmaría al otro día, como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, junto a Enrique Collazo y Mayía Rodríguez.
Poco le restaba por hacer en esa urbe norteña, y jornadas después la abandonó y se dirigió a República Dominicana para encontrarse con el Generalísimo Máximo Gómez, con quien arribaría a la Patria para consolidar el inicio de la Guerra Necesaria, en la que caería en combate a los 42 años el 19 de mayo de 1895. (Jorge Wejebe Cobo, ACN).