Al periódico El Artemiseño nadie llegó primero. Comenzamos todos el primer día: el 11 de enero de 2011. Los noveles con sangre joven. Los de más cuartillas con ideas nuevas. Solo tres ya fisgoneábamos hazañas y deshacíamos entuertos. El resto aún ni salía de las aulas.
Fue un experimento exitoso. A algunos les faltaban meses para titularse periodistas, diseñadores o licenciados en Ciencias de la Información. Pero estaba a punto de nacer una provincia, y necesitaba su propio periódico, hecho con el talento de esta tierra, de manera que la Facultad de Comunicación nos redondeó la plantilla.
Siempre pensé que aquellas briosas muchachas —tal como el Nobel de Literatura André Gide—, si tuvieran “a mano una buena pluma, buena tinta y buen papel, escribirían sin dificultad una obra maestra”.
Y esa obra maestra es lograr que amaran estas páginas quienes andan y desandan el pueblo más filmado del planeta (San Antonio de los Baños), quienes cultivan los suelos fértiles de Güira de Melena, quienes erigen un promisorio futuro en Mariel.
De modo que veteranos y novatos echamos pie en tierra y alas a la imaginación. El primer número lo cocinamos a fuego lento, como orfebres cuidadosos, con la llama limpia y azul de quien cuenta historias bonitas e interesantes. La fotografía debía invitar, el diseño seducir, las palabras atrapar.
Queríamos compartir cuánto de maravilla tiene Artemisa, y cuánto debemos cultivarla para que florezca con el sudor de su gente. Sabíamos que quedaba mucho más por descubrir; por eso, nos volvimos persigue crónicas, caza entrevistas y nos armamos Quijotes busca verdades.
Así zarpó El Artemiseño por los surcos de este pedazo de Cuba, por las lomas de Bahía Honda y San Cristóbal, por los tatamis donde Idalys Ortiz cosecha glorias, con mucha voluntad impulsando las velas y el automóvil propio de un fotógrafo.
En el camino, la tripulación cambió incluso de capitán, aunque nada nos ha hecho variar el rumbo, con la proa enfilada hacia la gente que nos lee, la que no solo sueña sino también desafía tempestades por arribar a una provincia próspera.
Trece años después, los lunes de cierre de la edición impresa son “algo” más apacibles… y los martes son los grandes premios, cuando al fin hojeamos el resultado de tanto afán.
Reconforta el papel con olor a tinta de imprenta: con héroes de la guataca, el esteto, las llaves o las tizas; con denuncias certeras, razonamientos y hasta soluciones… Nos parece que es de nuevo enero de 1959 y entramos a Artemisa con Fidel.
Quedó atrás poco más de un década, aunque parecen varias: en casi 700 ediciones hemos librado combate contra la ineficiencia, la ilegalidad, la chapucería, la indolencia, la mentira y la simulación, además de cuidar la historia, los valores y la identidad.
Lectores e internautas, nuestros mejores jueces, agradecen estocadas valientes como: ¿Cuál es el problema de coger mangos bajitos?, La avaricia no deja bajar los precios, Entre el dolor y la muerte, La Capital merece un Coppelia a su altura, Necesario caballero es Don Dinero y Un pedazo del alma que se arranca sin piedad.
Muchos de los mejores periodistas e ilustradores de Cuba entera han expresado su orgullo al colaborar en exclusiva para nuestro semanario, desde Santiago, Holguín, Ciego de Ávila, Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Pinar del Río, Isla de la Juventud y La Habana, incluso desde el exterior.
Pero nada de rozar la gloria, porque ninguno olvidó sus sueños. Las clases de Pepe Alejandro, de Magaly García Moré, Ciro Bianchi, Salvador Redonet y otros, no nos dejarán conformarnos. Seguimos aprendiendo sobre las cuartillas.
Del vientre fecundo del periódico El Habanero nació El Artemiseño, ya no con vistas al Malecón sino rodeado de surcos rojos.
Acudimos, entonces, a un fotorreportero como Otoniel Márquez Beltrán, quien minimizó sus horarios e ingresos de cuentapropista para hacer lo que le gusta… y le gana no solo premios, sino también el reconocimiento de la gente en la calle.
“Heredamos” a un escritor como Miguel Terry Valdespino, quien advierte que si aquel oficio le dio la posibilidad de inventar nuevos personajes y nuevas historias, el periodismo le regala la de contar la vida y obra de seres de carne y hueso.
Sumamos a Sailys Uria López, graduada de Ciencias de la Información. “Supe que quería escribir todos los días cuando conocí a Yuliet, una madre que tardó diez años en lograr su bebé y, gracias a la medicina cubana, tuvo a Victoria; cuando subí lomas para contar cómo son las elecciones allí; cuando mis letras ayudan a impulsar soluciones”.
Nos “apropiamos” de Adianez Fernández Izquierdo, sin título entonces. “Hacer periodismo representaba no solo el ejercicio de culminación de estudios, sino también la posibilidad de probarme en un medio totalmente nuevo, sin las añejas maneras de hacer de las que tanto se quejaban otros graduados de nuestra facultad”.
Renovamos capitán con Yudaisis Moreno Benítez, enamorada de “esa sensación indescriptible de trasladar de mano en mano el ajetreo de una provincia nueva, con su gente; apasionada de convencer, informar, proponer, dignificar, contrastar…”
Y ganamos, principalmente, que cualquier transeúnte mire hacia la esquina de la ciudad donde está la sede de nuestra redacción… sepa que batallaremos por cada causa justa y dígale a los demás: “Ahí se baten por la verdad; esos artemiseños también tienen sangre de leones”.