Los 100 hombres que habitaron a El Vaquerito

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ACN - Cuba
MARTA GÓMEZ FERRALS
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28 Diciembre 2023
Foto: Archivo

El 30 de diciembre de 1958, casi a punto de producirse el viraje anhelado de la victoria, cayó en combate el joven capitán rebelde Roberto Rodríguez Fernández, más conocido entre sus compañeros y fieles como El Vaquerito, cuando participaba en la Batalla de Santa Clara, dirigida por Ernesto Che Guevara.

  De solo 23 años con apariencia adolescente, cumplía la orden dada por su jefe de asaltar la Estación de Policía de la ciudad capital de la antigua provincia Las Villas, acompañado por 24 soldados rebeldes, tan bravos como él.

  La muerte del héroe con estampa física de muchachito humilde y desvalido, ajena a su enorme fuerza moral, fue un rudo golpe para su tropa y en especial para Guevara, quien al conocer la infausta nueva atinó a decir una de sus frases lapidarias: “Me han matado 100 hombres”, en la que resuena la magnitud de su dolor.

  Cuentan que en el emplazamiento donde ocurrió el combate final de El Vaquerito lo esperaban más de 300 “casquitos de la tiranía”, al decir del pueblo, armados hasta los dientes, y para colmo, respaldados por tanquetas y avionetas.

  Pero si hubo alguien en el mundo con audacia, creatividad suprema y sin temor a nada, ese fue en virtud El Vaquerito.

 Sencillamente las situaciones peliagudas o las “misiones imposibles” desafiaban el coraje y la inventiva de nuestro capitán.

  Así fue como lo vieron una vez más, como acostumbraba, accionar y pasar de casa en casa por agujeros abiertos en las paredes, alcanzando un avance increíble que le permitió parapetarse en una techumbre situada a unos 50 metros de la estación de Policía.

  Desde ese lugar, ganado en medio de una feroz metralla, disparaba con su fusil Garand, puesto de pie y con alto riesgo de ser derribado, como ocurrió fatídicamente.

  No era un loco, era un cubano ungido y urgido por el amor a la libertad, la justicia y la Patria, como tantos otros en todos los tiempos.

  Ocurrió lo que resultaba previsible pero nunca esperado, allí lo alcanzó una bala que lo hirió mortalmente en la cabeza.

  Ya más muerto que vivo fue conducido con rapidez a la Comandancia de las fuerzas rebeldes y allí falleció.

    El capitán Roberto Rodríguez al morir era jefe del famoso Pelotón Suicida subordinado al mando del Che, algo que ayuda a definirlo como un joven extraordinario y hombre entero de la vanguardia revolucionaria, en tiempos épicos y en todo momento.

  Había llegado a las filas del Ejército Rebelde en abril de 1957 cuando esa formación  apenas empezaba a cobrar fuerza en la Sierra Maestra.

 Puede decirse que llegó de la mano de Haydée Santamaría, Celia Sánchez y Marcelo Fernández Font, activos en el aporte de la clandestinidad, que habían ascendido a las montañas para llevar hasta allí al periodista estadounidense Bob Taber.

  Por su físico fue aceptado al principio solo como mensajero, después de haber hablado de sus razones directamente con el propio Fidel Castro, pues el resto de los combatientes creyeron que no iba a servir.

   No creas siempre en las apariencias, como sugiere un viejo refrán.

  Poco tiempo después fue soldado de la Columna 1 José Martí y más adelante, en el verano de 1958 dio un voluntario paso al frente para participar en la Invasión que, encabezada por los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, extendería la lucha por todo el país.

  Como miembro de la Columna 8 Ciro Redondo, bajo las órdenes de Guevara, fue nombrado jefe de una suerte de unidad de élite, pasa a la historia con el nombre de  Pelotón Suicida cuya tarea era realizar las acciones más peligrosas.

  En esa misión fue sobresaliente su desempeño en el combate de La Federal y en la toma de Caibarién.

  El deceso de El Vaquerito, en vísperas de la Aurora de Enero, es un recuerdo triste a tantos años y mucho más, representa una fuerza inspiradora y vital en una etapa que pide a los cubanos osadía, heroísmo y entrega sin cortapisas, en muchos frentes y al servicio, como hiciera él, de la Patria.

  Su sobrenombre, con  el que fuera conocido,  lo ganó de manera simpática  por el atuendo de aquel jovencito, llegado al Ejército Rebelde un día con los pies descalzos de los empobrecidos y sedientos de justicia.

  Conmovida, Celia Sánchez le había regalado unos botines mejicanos muy pintorescos, dicen que una camisa a cuadros y un sombrero de aire tejano, aunque campesino, que le daba una imagen de estrafalario vaquero del Oeste.

Su delgadez y baja estatura añadió al apodo el diminutivo y desde entonces se fijó entre sus connacionales como El Vaquerito, siempre muy cubano.

Había nacido el 7 de julio de 1935 en la localidad de  El Mango, zona de Perea en Las Villas en la región central de Cuba.

Trabajó desde los 11 años como empleado de un bar y una fonda, al decidir marcharse de su hogar de extrema pobreza.

Tuvo muchos trabajos mal remunerados como repartidor de leche, estibador, ayudante de tipógrafo, vendedor ambulante, boxeador e ilusionista. Lo animaba  la fuerza invencible de los persistentes y versátiles, de gran perspicacia natural.

Este héroe amado y representativo de los seres de coraje ilimitado y continuo crecimiento personal, fue enterrado primeramente en el poblado central de Placetas, liberado entonces por el Ejército Rebelde, donde se levantó un monumento en su honor.

Desde 2009 sus restos reposan en el Mausoleo dedicado al Frente guerrillero de Las Villas, cerca del Conjunto monumentario que honra al Che Guevara y otros mártires, en la ciudad de Santa Clara. (Marta Gómez Ferrals, ACN)