Si el Dios Cronos recorriera el planeta, encontraría en Las Tunas una ciudad ideal, donde el “Padre Tiempo” ha sido testigo de una plaza en la cual no se quiere dejar morir la tradición del tic tac.
La predilección de los tuneros por los relojes se manifiesta en distintas épocas y formas de conocer la hora. Muchos recuerdan que en los años 40 y 50, y principios de los 60, de la pasada centuria, en el aserrío más conocido de la localidad -hoy aserrío Libertad--, un pitazo salido de una chimenea de 30 metros de altura, retumbaba diariamente en la urbe en determinadas horas: seis, siete, 7.45 y 8.00 de la mañana; 12 del día, seis de la tarde...
Era un alerta a trabajadores y estudiantes, para indicarles que estaba a punto de comenzar o recesar la jornada laboral o la hora de entrada y salida de la escuela.
Al cabo de los años el emblemático pitazo dejó de sonar pero después, en 1981, se hizo famoso un reloj gigantesco, electrónico, de 5,60 metros de ancho por 2,10 de alto, que pesaba 800 kilogramos, ubicado encima de un edificio. Los números en romano para identificar la hora eran casi del tamaño del aparato.
Muy popular fue uno digital, que funcionaba encima de lo que es hoy el Fondo Cubano de Bienes Culturales, también en el corazón de la ciudad, y tenía como atractivo que cada una hora se escuchaba una melodía (instrumental), compuesta por José Ramón Sánchez (El Madrugador) y que aludía a versos de Juan Nápoles Fajardo (El Cucalambé.)
Como las distintas formas de dar la hora fueron opacadas a través del tiempo, a principios de este siglo surge el reloj solar donde se levanta hoy la Plaza Martiana.
Este reloj, diseñado por el arquitecto Domingo Alás, posee un diámetro de 7,20 metros y marca la hora exacta cada cinco minutos. Funciona a partir de la sombra proyectada por el borde superior de las escalas del instrumento.
Es la obra más ingeniosa realizada en Las Tunas sobre el tema y uno de los lugares más visitados por foráneos en el oriental territorio. Su posición está en los 76 grados y 57 minutos del Meridiano de Greenwich y dispone de un calendario que marca las estaciones del año
Para afianzar la tradición, el museo provincial Mayor General Vicente García asumió la tarea de crear una sala para exhibir 37 relojes que estaban en manos de la población, de distintas épocas, marcas y variantes de diseño y material utilizado en la fabricación.
Pueden encontrarse piezas de este tipo con cubiertas de madera, metal, vidrio y porcelana; unos miden la temperatura y la humedad, otros disponen de relieve y sonidos para las personas ciegas.
Una coqueta con varios relojes y su correspondiente espejo, y una vitrina con nueve relojes de bolsillo, pueden encontrarse en esta exclusiva sala.
Muy atractivo para quienes visitan el museo resulta asimismo uno muy pequeño, de arena, y un Smith Astral, concebido para colocarse en el puente de mando de un barco.
Pero el más orondo de todos es uno de pie, de más de un metro de altura, con mueble de madera pulimentada, bien cuidado y esfera reluciente que no aparenta su más de un siglo de existencia. Le dicen el abuelo, pero continúa con el péndulo activado, dando la hora, para que cuando Cronos visite el Balcón del Oriente Cubano, en su gira por el mundo, pueda sumarle otro apelativo: la Ciudad del Tiempo.
Roger Aguilera| Foto Archivo
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06 Julio 2016
06 Julio 2016
hace 8 años