“Lo más importante es que hoy las personas sientan a José Martí del mismo modo que mi familia siempre lo ha sentido, dice Beatriz Gil Sardá, museóloga y bisnieta de José María Sardá -ingeniero militar del Ejército Colonial español-, quien tuvo bajo su guarda y custodia al joven.
Ya han transcurrido 143 años y cinco meses de su llegada a la masía, casona de tres bloques, típica construcción de las fincas catalanas, y la energía de aquel adolescente de ideas contrarias a la corona española todavía se siente desandar los senderos de esa propiedad, edificada en 1868.
A casi dos kilómetros de la ciudad de Nueva Gerona se encuentra el actual museo Finca El Abra, donde permaneció Martí por dos meses y cinco días, luego de su arribo a Isla de Pinos a bordo del Nuevo Cubano al amanecer del 13 de octubre de 1870.
Junto a su custodio llegó el jovenzuelo de mirada dulce, cabello demasiado corto, frágil figura, aproximadamente un metro 70 centímetros de estatura y vestido de blanco.
Aquí la mestiza Trinidad Valdés, esposa de Don Sardá, cuidó la quebrantada salud del mozalbete, atendió sus ojos dañados por la cal y curó las yagas de su cuerpo aún preso del grillete, que le fue retirado en la herrería de la finca.
Mariano Martí pide auxilio a su paisano
Era Sardá un reconocido hombre de negocios. Maestro de Obras graduado en la Escuela Profesional de La Habana en 1865, fue quien ejecutó contratos con el gobierno peninsular en la capital, entre ellas la Plaza del Polvorín y La Plaza Vieja, entre otras.
Mariano Martí -padre del Héroe Cubano- fungía por ese entonces como inspector de buques en el puerto de Batabanó, donde conoció a Sardá, quien trasladaba por esa vía materiales de la construcción desde sus propiedades en la entonces Isla de Pinos- hoy Isla de la Juventud- a La Habana.
Por el deplorable estado de salud de su único hijo varón, Mariano pide ayuda al catalán.
Las gestiones del Maestro de Obras ante el Capitán General en persona posibilitaron la conmutación de la pena de seis años de presidio por la de confinado político a Isla de Pinos y posteriormente el destierro a España.
Con salvoconducto en mano y bajo su responsabilidad toma el benefactor al joven y lo lleva a su casa de la finca, donde permaneció 65 días bajo los cuidados de su esposa Trina. Allí amaron los Sardá Valdés a aquel jovencito.
La reciprocidad del cariño de Martí, sobre todo a mi bisabuela, es uno de los tesoros más valiosos de la familia: desde España envió una carta, un crucifijo y una foto, que al dorso testifica: "Trina, solo siento haberla conocido a usted por la tristeza de tener que separarme tan pronto".
Rosa, Juan, Catalina, José Regino y Domingo, hijos del matrimonio Sardá Valdés, conocieron a José Julián, no así Carmela, José Elías y Conchita, quienes nacieron después de su partida, pero fue Elías, el menor de los varones, el que convirtió la finca en museo el 28 de enero de 1944.
En la instalación patrimonial aún residen los nietos y bisnietos del matrimonio Sardá-Valdés.