Félix Varela en el credo, la ciencia y la razón

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ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals
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18 Noviembre 2025

  A 237 años de su nacimiento en La Habana, el 20 de noviembre de 1788, Félix Varela sigue siendo el referente al cual se debe acudir para conocer las raíces del pensamiento cubano, el patriotismo nacional y el espíritu revolucionario en la pedagogía y en la política, sin renunciar a la práctica religiosa.

   Investido desde su juventud como sacerdote de la fe católica en el Real Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio, ejerció luego como maestro con novedosos métodos que estimulaban el uso de la razón, la duda y el cuestionamiento a las férreas maneras en la enseñanza de principios del siglo XIX que defendían el uso exclusivo de la memoria.

   Pese a los peligros que tal actitud acarreaba en la colonia, lo cierto es que cautivó a una multitud de alumnos y asistía a sus clases. La novedad de la experimentación científica enriquecía las materias de física y química y los conocimientos jurídicos se analizaban en talleres controversiales.

   Sus aportes llegaron más lejos que la revolución promovida por él, al estar entre los pioneros de las ideas independentistas que maduraron en la medianía del siglo XIX, junto a otras manifestaciones de la identidad nacional.

   No en vano otro pedagogo notable, José de la Luz y Caballero, consideró que su mérito principal consistió en que enseñó a pensar a los cubanos, una convicción que hasta hoy se invoca con orgullo y se lleva en el corazón.

   Conocido también como Padre Varela lo aprecian como un cubano -criollo en su época- versado en teología, filosofía, política, latín, y de manera activa ejerció el periodismo e impulsó la vida cultural en La Habana, más allá de los claustros universitarios.

   Hay que decir que estaba preparado para ello, pues simultáneamente con el Seminario religioso hizo estudios en la Universidad de La Habana.

   La actualidad de su ideario político-social puede ejemplificarse con una de sus más brillantes afirmaciones: “La necesidad de instruir a un pueblo es como la de darle de comer, que no admite demora...”.

   Varela tuvo en su haber antes de partir de Cuba hacia las Cortes españolas, el trabajo realizado en la Sociedad Económica de Amigos del País. Escribió también obras de teatro presentadas en escenarios habaneros y redactó libros de textos para estudiantes de Filosofía.

   Durante su estancia en Estados Unidos, inventa y patenta un equipo para aliviar las crisis de asma.

   El 18 de enero de 1821, el Padre Varela inaugura en el Seminario de San Carlos, la primera Cátedra de Derecho de América Latina. Esa materia hoy es vista como clave para la formación del futuro ideal independentista de los cubanos y de la conciencia nacional. Varela solo pudo ejercer allí por tres meses.

   Cuando en 1822 viaja a la metrópoli a fungir como Diputado a las Cortes Españolas, en Madrid, junto a otras personalidades, hizo la petición a la Corona de un gobierno económico y político con libertades y autonomía para las Provincias de Ultramar y el reconocimiento de la independencia de Hispanoamérica.

   Sus escritos sobre la necesidad de abolir la esclavitud en Cuba, atendiendo a los intereses de sus propietarios, no llegó a presentarlos en la Corte, pero trascendieron.

   Aquella solicitud sentó muy mal al absolutismo implantado por los colonialistas, y apenas tuvo tiempo de salvar la vida ante una condena de pena de muerte. Se refugió en Gibraltar, desde donde viajó a Estados Unidos.

   Esa fue la razón principal por la que él se vio obligado a residir hasta el fin de sus días lejos de su tierra natal.

   En el país norteño tuvo reconocimiento y en 1837 se le nombra vicario general de Nueva York, y en 1841 le confieren el grado de doctor en la Facultad de Teología del Seminario de Santa María, de Baltimore.

   Debido a problemas de salud, en 1846 viajó con frecuencia a la Florida, en busca de un mejor clima.

   A la edad de 64 años, falleció el 25 de febrero de 1853 en San Agustín en el territorio floridano.

   Sus restos estuvieron en esa localidad hasta que, para honor de los cubanos, en el siglo XX son trasladados al lugar de reverencia definitiva: el Aula Magna de la Universidad de La Habana.