Desde el 30 de noviembre último no duermo a plenitud, mi insomnio pesó dos mil 720 gramos. Por más que me incliné para verlo al salir de mí, solo vislumbré sus pelos, parados entonces y también luego, cuando me lo enseñaron bien, vestido de amarillo y con ojos muy abiertos. Mi insomnio se llama Diago Román, y me encanta.
Me tranquiliza saber que mi niño nació y crece en una nación donde se respetan los derechos de los infantes, y la familia constituye destinataria y protagonista en cada acción estatal encaminada al desarrollo, pero también me preocupan los retos que le deparan a mi hijo en un país con población envejecida.
Por suerte, estimular la natalidad es voluntad estatal explícita en la aprobación reciente de medidas que posibilitan la pronta
reincorporación de la mujer al trabajo y aprovechan la confianza en el seno familiar.
Nuevos decretos disminuyen el costo del círculo infantil, y
permiten recibir de manera simultánea el salario y la prestación
social a la madre que se incorpore al trabajo antes de que cumpla su hijo el primer año de vida; no obstante, estas y otras valiosas decisiones legisladas, son insuficientes para estimular la fecundidad.
En el nivel cultural de la población cubana se asienta la
predominante decisión de tener un hijo o dos, para proporcionarles la mayor calidad de vida posible en un contexto de complejidades económicas nacionales que condicionan la convivencia en el hogar.
Dicen algunos que vestir a los varones resulta más fácil, que
zapatos, short y camiseta bastan; que las niñas llevan más por sus moños y batas pero, lo cierto es que en cualquier caso, además de mucho amor, criar implica la responsabilidad de hacer valer el derecho a estar bien alimentado, educado y saludable.
El mejor miedo del mundo es el que proporciona la dicha de tener un hijo, reto al ser humano pero también al bolsillo; el compromiso a proporcionarle bienestar es para toda la vida, porque más allá de la independencia que implica la mayoría de edad, los hijos son responsabilidad eterna para los padres.
Para mi niño de pelo color miel deseo compañía; dentro de tres o cuatro años quisiera darle un hermano, para que crezcan juntos y tengan la dicha de ser personas de bien en una nación donde serán respetados.
Yenli Lemus Domínguez
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16 Marzo 2017
16 Marzo 2017
hace 8 años