El General José: siempre como el primero

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ACN - Cuba
Martha Gómez Ferrals | Foto: Archivo
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03 Julio 2025

   El 5 de julio de 1896 cayó herido mortalmente el mayor general del Ejército Libertador José Maceo y Grajales, uno de los más extraordinarios guerreros independentistas cubanos, cuando batallaba contra una columna española en las cercanías de Loma del Gato, a unos 18 kilómetros de Santiago de Cuba.

   Poco tiempo sobrevivió al impacto de una bala alojada en su cabeza, pese a los intentos de un cirujano mambí, en tanto que al ser derribado de su caballo lo socorrieron de inmediato y llevado a un sitio seguro, primero la finca Aguacate y luego a la llamada Soledad, de Ti Arriba, donde falleció tras cuatro horas de agonía.

   Faltaban solo cinco meses para la caída en combate, en Punta Brava, de su hermano mayor, el lugarteniente general Antonio Maceo, con quien formaba la dupla de titanes de la estirpe de combatientes Maceo y Grajales, forjada por doña Mariana, la progenitora de ambos, hoy venerada como Madre de la Patria.

   Llamado por lo común General José y muchas veces el León de Oriente, nació el 2 de febrero de 1849 en una finca pequeña, propiedad de la familia, ubicada en el poblado de San Luis, cercano a Santiago de Cuba.

   Gran abatimiento causó entre sus compañeros de batalla la pérdida física del jefe siempre situado en posición de vanguardia, de infalible puntería y del poderoso manejo de su machete y quien también sorprendía por su pensamiento claro en la firmeza de sus ideales y sentido del deber y el honor para con la causa de la independencia.

   Vehemente, impetuoso y bravío eran sus características más notorias, aunque ninguna lo apartó de su vocación de servicio a la tierra natal, a la cual honró con su participación en tres guerras libertarias.

   Fue uno de los miembros de la expedición de la nave Honor, desembarcada junto a Antonio y el general Flor Crombet el primero de abril de 1895 por playa de Duaba.

   La historiadora Damaris Amparo Torres anotó, como prueba de verticalidad revolucionaria y agudeza, las cartas que José Maceo envió a numerosos periódicos europeos para denunciar la felonía cometida por el régimen colonial contra él y sus compañeros de prisión después del fin de la primera campaña mambisa.

   También hay que recordar que, junto a su cuerpo moribundo, en un bolsillo de su ropa llevaba la Carta de Renuncia a la dirección de las fuerzas del Ejército Libertador como amuleto de la dignidad ante las intrigas de algunos.

   Por su ideal patriótico e independentista canalizó su coraje y acciones en la lucha siempre intransigente y sin concesiones, al poner siempre en primer plano la emancipación del país.

   Se incorpora junto a su familia a la primera guerra en 1868 y en 1871, tras una serie de combates del Ejército Libertador contra los españoles, se integra a las fuerzas del Mayor General Máximo Gómez que fueron a operar a Guantánamo. Siguió combatiendo sin descanso y solo recesó para recuperarse de heridas sufridas en las batallas.

   Ascendió con rapidez y pasó al contingente que organizó Gómez para invadir Las Villas y después regresó a Oriente, junto con su hermano Antonio.

   En los años siguientes recibe el mando de un regimiento de infantería en Guantánamo, en el cual sobresalió en importantes enfrentamientos, y luego vuelve a ser jefe de las huestes de Santiago.

   Peleó en diversos combates, en momentos en que otros cubanos auspiciaban el Pacto del Zanjón. Estuvo entre las principales figuras de la Protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878.

   Jamás aceptó la capitulación de los mambises, desunidos, minados por el agotamiento, los complots y las traiciones. En las calles de Santiago de Cuba, en unión de Guillermón Moncada y Quintín Bandera, el 26 de agosto de 1879 se lanzó a la llamada Guerra Chiquita que duró unos 10 meses.

   Con el grado de General de Brigada, pero sin posibilidades de continuar la lucha se vio obligado a firmar un acuerdo, mediante el cual cesó el alzamiento con la condición de que se le garantizara, a él y a sus compañeros, la salida del país.

   Los peninsulares no honraron el convenio. El General José fue hecho prisionero en alta mar, camino al exilio, junto con sus acompañantes Moncada y Bandera.

   Años después, de vuelta a los campos cubanos, en octubre de 1895 su hermano Antonio le entregó el mando de la provincia oriental, pues él marcharía con Gómez a extender la campaña a Occidente. Más tarde, José pasaría la jefatura a Calixto García.

   Nada lo hizo arrepentirse de su vocación patriótica, hasta el día de su muerte en combate.