Pinar del Río, 4 dec (ACN) Ante mí, la pantalla del televisor y la plaza santiaguera Antonio Maceo, donde un mar desbordado de pueblo insistía: Yo soy Fidel.
Aquella imagen trajo a mi mente otra reciente jornada patriótica: Camino hacia la Plaza de la Revolución José Martí. Quizás condicionado por el silencio de las calles o el dolor que me carcome el espíritu, me sumerjo en una gama de pensamientos sobre la persona más mencionada por estos días: Fidel Castro.
No escucho ni veo nada, parezco hipnotizado mientras recorro la extensa y esta vez solitaria Avenida de los Presidentes. Una inquietud me perturba y deja incrédulo.
No comprendo a quienes aseguran aún la muerte del Comandante eterno. Ilusos. ¿Acaso no ven lo que acontece? Permanece más vivo que nunca, omnipresente. Creo que deben estar aislados del mundo quienes piensan así.
Ignoran seguramente a aquella muchacha que lleva escrito en su frente “Gracias Fidel”, y a la anciana que no cesa de llorar y ondea su bandera cubana con fuerza y resignación a la vez, y al médico que fijó en su bata blanca el rostro del líder, y al grupo que, entre la multitud, incita a todos a gritar: ¡Fidel, Fidel, Fidel…!
Yo lo veo en todas partes, sospecho su presencia en cada cubano que sueña con un mundo mejor, en aquel niño que se lleva la mano a la frente y promete seguir el modelo moral del Che, en el carro que exhibe grabado en su chapa el “¡Socialismo o Muerte!”, en la estatua de Martí mirando al infinito…
La Plaza de los grandes momentos me espera. Y me imagino cómo será todo. Es la primera vez que veré a tantas personas reunidas en un mismo lugar por un propósito común. Tendré la oportunidad de honrar a mi ídolo, mas reconozco que me siento raro, turbado.
Un murmullo me sugiere la llegada al histórico lugar donde personalidades de todo el universo expresarán su pesar, y constatan, in situ, el sufrimiento inmenso de todo un pueblo por la marcha de su ícono.
Camino entre la multitud, y tropiezo con todo: banderas, carteles, personas vestidas de azul, personas vestidas de rojo, personas que conjugan los colores de nuestra enseña, personas cuyos ojos no sostienen las lágrimas y personas que aparentan fortaleza espiritual, gente intranquila y gente serena.
La Plaza, eso sí, es epicentro de “fidelistas”. En cada rostro se ve reflejado el Comandante en Jefe. Las gargantas resuenan al unísono un retumbante “Yo soy Fidel”, que lejos de ser un eslogan se ha convertido en la consigna para expresar que en el pueblo hay muchos dispuestos a seguir el proyecto del hombre que fue el más grande de los estadistas del siglo XX.
Retumban los cimientos del Memorial. El himno suena como nunca. Arranca la emoción de quienes los gritan a viva voz. No puedo evitar que mi piel se ponga de gallina. Nunca se había entonado con tanto corazón el canto de Perucho.
Comienza un desfile de figuras que honran la vida de Fidel. A todos los mira, desde la profundidad del cielo, una estrella, ¡una sola estrella! Perece casualidad, pero quizás no lo es. Nunca he sido supersticioso, pero me aferro a pensar que el símbolo de ese lucero brillante incrustado entre los nubarrones de la noche supera la mera coincidencia.
Luego de cuatro horas, todo termina con una de las míticas canciones de Sara, y quienes aparentaban ser fuertes al principio, ya no consiguen domar la humedad en sus ojos. Me encuentro con amigos que no veía hace tiempo, y los saludo sin efusividad. No tengo ánimo para eso. Ellos tampoco.
Me gustó encontrar a un grupo de pinareños entre la marea humana. Luego supe por intermedio de una colega presente en el acto, que fueron 600 los que se trasladaron desde Vueltabajo. Pero yo sé que había muchos más cuya presencia, como la mía, fue imperceptible a las estadísticas.
Me marcho cabizbajo, pero satisfecho. Mi gran sueño era conocer a Fidel. En medio de mis anhelos periodísticos, siempre quise entrevistarlo. Pero de la Plaza me llevo en mi grabadora un grito que casi desgarra la bocina: ¡Yo soy Fidel!
Creo que cumplí mi intención, conocí a miles de Comandantes que sabrán sostener la obra del líder, y que ante la pregunta de ¿dónde está Fidel? respondieron con energía y acierto: ¡Aquí!. Salgo de mis cavilaciones y de nuevo mi mirada recorre a través de la pantalla la multitud en Santiago y me invade la certeza. Fidel está en todos.
Por Eduardo Grenier Rodríguez (Estudiante de Periodismo) | Foto de Cubadebate
600
04 Diciembre 2016
04 Diciembre 2016
hace 8 años