Ismael de Céspedes y Yero, sobrino de Carlos Manuel de Céspedes y director del telégrafo de Manzanillo, estaba muy lejos de imaginarse que su actuación cambiaría la historia el siete de octubre de 1868, cuando pudo alertar a su tío de una operación militar sorpresiva que probablemente hubiera hecho imposible el alzamiento del día 10.
Por la indiscreción de la esposa de un conjurado el Teniente Gobernador de Manzanillo conoció de la conspiración y de sus
principales jefes, lo que comunicó de inmediato por el telégrafo al Capitán General de la Isla, Francisco Lersundi.
En respuesta, el jefe colonialista ordenó la detención de Céspedes, su hermano Francisco Javier, Pedro "Perucho" Figueredo, Bartolomé Masó, y otros conspiradores de la región.
Pero para suerte de los revolucionarios el joven telegrafista era también un conspirador y conocía las claves españolas en que se transmitían los mensajes por el entonces novedoso medio de comunicación.
Lo peligroso de la situación, sin el factor sorpresa, provocó que algunos implicados se retiraran a sus haciendas en espera de una mejor oportunidad, pero Céspedes tomó la firme decisión de continuar con los planes que adelantó y llevó a la mayoría a secundarlo en el alzamiento en su ingenio La Demajagua el 10 de octubre de 1868.
Ese día desde la madrugada, el prócer independentista organizó las partidas insurrectas y dio las órdenes de prepararse para la marcha a las improvisadas tropas, al tiempo que se dedicó a elaborar el manifiesto que anunciaría al mundo que los cubanos iniciaban la lucha armada por su libertad.
En el histórico documento declaró : “ Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; no sólo no la deja seguridad en sus propiedades, arrogándose la facultad de imponerla tributos y contribuciones a su antojo, sino que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin forma de proceso, por comisiones militares establecidas en plena paz (….)”.
Además consagra que los principios democráticos son los que defienden los patriotas y los “ derechos imprescriptibles del hombre”, y aboga por la igualdad de todos los ciudadanos fuesen blancos o negros, cubanos o españoles.
Carlos Manuel de Céspedes declaró la libertad de sus esclavos y no se detuvo en ninguna emancipación gradual como proclamaba el manifiesto por un sentido táctico para no impresionar a sectores adinerados patriotas, y sentó un precedente importante que habla de la radicalidad de su pensamiento mucho más avanzado que el de su propia
clase social.
Pero las duras pruebas solo se iniciaban para Céspedes cuando en el primer encuentro con las fuerzas colonialistas, los revolucionarios son dispersados, y solo 12 hombres lo acompañan y ante la claudicación de algunos se yergue en la cabalgadura y replica con cruda energía: "¡No, aún quedan 12 hombres! Bastan para lograr la independencia de Cuba".
Pocos días después nuevamente se encuentran reagrupadas las filas mambisas y la chispa de la insurrección se consolidaría posteriormente en todo el Oriente y el centro de la Isla y en esta ocasión el intento no sería otro fracaso reprimido por los colonialistas.
Se iniciaba el duro camino de una guerra que duraría 10 años.