El 21 de julio de 1958 culminaba la Batalla del Jigüe, librada en una hondonada en la confluencia de los arroyos Jigüe y La Plata, en las estribaciones del sur de la Sierra Maestra, donde por primera vez en la guerra los rebeldes casi no podían cargar a mano y trasladar las toneladas de armas y municiones ocupadas al Batallón 18, cercado en el lugar desde el día 11, con lo que se cumplía el vaticinio de Fidel Castro de que esa batalla "puede ser el triunfo de la Revolución".
Tras el cese de las hostilidades, en el campamento enemigo se vivió una atmósfera casi surrealista: los soldados desfallecidos por la falta de alimentos salían de sus trincheras con pasos inciertos y entregaban sus armas como si fueran un peso ya insoportable al primer rebelde que encontraban cerca y recibían con complacencia el agua, la leche condensada y los cigarros que les brindaban.
Nada hacía prever ese desenlace en las jornadas precedentes, antes del día 11, cuando esa propia unidad estaba a menos de 15 kilómetros de la Comandancia General de Ejército Rebelde en La Plata, la que se disponía ocupar como misión principal desde que desembarcó en la costa sur con más de 300 soldados armados de fusiles semiautomáticos, ametralladoras, una batería de morteros 81 mm y el apoyo de la aviación y la marina de guerra.
Todo comenzó a principios de junio de 1958, cuando el general Eulogio Cantillo, jefe de las operaciones en la zona oriental, se entrevistó con el comandante de 33 años, José Quevedo Pérez, para nombrarlo al frente del Batallón 18 con la misión, como parte de la Ofensiva de Verano del ejército de Fulgencio Batista, de avanzar hacia el alto de la montaña, liberar a los prisioneros en manos rebeldes y aniquilar las bases de la resistencia.
José Quevedo Pérez era un militar de academia con un buen currículo de preparación en la dirección de fuerzas y quizás el único jefe de tropas con un doctorado en leyes en la Universidad de La Habana, en la que había sido condiscípulo de Fidel, detalle que tendría gran importancia en el futuro de las acciones.
La idea operativa central de la Ofensiva de Verano era establecer el cerco completo a la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, para lo cual dos batallones comandados por el sanguinario coronel Sánchez Mosquera, avanzarían desde el poblado de Santo Domingo en las estribaciones del norte y cerrarían el anillo de fuego de conjunto con las fuerzas de Quevedo por el sur.
El Comandante en Jefe dispuso sus fuerzas en defensa circular y escalonada ocupando las posiciones estratégicas, que dominaban los caminos y vías de acceso hacia La Plata y otras posiciones para desgastar al enemigo, hacer imposible su avance y destruir o diezmar al contingente invasor que había penetrado en la Sierra Maestra.
Al inicio de los combates en El Jigüe las tropas de Sánchez Mosquera fueron detenidas y cercadas en la región de Santo Domingo y el propio jefe fue herido gravemente en la cabeza y evacuado, con lo que se frustró el avance enemigo desde el norte.
La batalla de El Jigüe comenzó el 11 de julio, cuando una patrulla del Ejército Rebelde chocó con los invasores que ocuparon una hondonada y se dio inicio a días de hostigamiento, en los cuales los barbudos cercaron sin posibilidad de salida al batallón enemigo, que quedó incomunicado, carente de vituallas y sin una vía que le permitiera romper el cerco.
Al mismo tiempo fue rechazado un intento de refuerzo de la unidad o compañía de ligeros, considerada agrupación élite desembarcada en la costa, que al tratar de remontar las faldas de la Sierra Maestra cayó en una emboscada que le provocó bajas a su vanguardia y la obligó a retroceder al punto de partida.
Todos los demás intentos del mando por enviar patrullas para explorar y llegar al litoral fueron impedidos por las celadas de los rebeldes que ocasionaron innumerables bajas, a pesar del apoyo de la aviación que no obstante resultó ineficaz frente el escabroso terreno y las efectivas fortificaciones de los insurrectos.
Como arma psicológica y de propaganda fungió el Quinteto Rebelde que, gracias a una planta eléctrica y altoparlantes, constantemente entonaba canciones revolucionarias con llamados a la rendición de los soldados, lo cual tuvo efecto en la desmoralización de la tropa.
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Para evitar más muertes inútiles el Comandante en Jefe le escribió a Quevedo y le brindó una tregua, al tiempo que le ofreció honorables condiciones para su rendición y el jefe cercado solicitó una entrevista con Fidel para pactar las condiciones. Fue así que el 21 de julio los soldados y oficiales del ejército batistiano, desalentados y vencidos, comenzaron a deponer las armas de acuerdo con las propuestas de los rebeldes.
En la Batalla del Jigüe, las tropas enemigas tuvieron 41 bajas y resultaron prisioneros más de 200 hombres, 30 de ellos heridos, les fueron ocupadas 249 armas, incluyendo ametralladoras, morteros, cantidad de parque y el propio comandante Quevedo se pasó a las tropas rebeldes y realizó una encomiable labor en lograr la rendición de otras unidades durante la contraofensiva estratégica del Ejército Rebelde que condujo a la victoria definitiva del primero de enero. (Jorge Wejebe Cobo, ACN)
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