A medida que la Caravana que conduce los restos mortales del Comandante en Jefe Fidel Castro se acerca a la heroica Santiago de Cuba renacen en mi memoria los acontecimientos ocurridos aquel primero de enero de 1959.
El día llegó más temprano que de costumbre, la noticia corría de boca en boca: ¡Se fue Batista! ¡Batista huyó!
Para muchos, el 31 de diciembre pasó sin penas ni glorias, no había por qué festejar esa noche en la que es costumbre esperar el advenimiento del nuevo año con brindis, felicitaciones, besos, abrazos y deseos de prosperidad y bienestar para el futuro.
Tampoco había mucho para cenar en una población que sufría una tiranía despiadada y sangrienta, por lo que la mayoría se acostó sin esperar las 12 de la noche.
Recuerdo que el primer día del año, al salir de la casa con mi padre un vecino le comunicó la noticia, exponiéndose a ser descubierto, lo había escuchado durante la madrugada por la Radio Rebelde, la emisora fundada por Ernesto Che Guevara, y que desde la Sierra Maestra informaba al pueblo cubano sobre los verdaderos acontecimientos y pormenores de la guerra.
Un rápido recorrido por la ciudad nos llevó hasta la bocacalle que comunica a la avenida Victoriano Garzón con la entrada de la otrora Posta tres del entonces Cuartel Moncada, por donde entraron los asaltantes aquel 26 de julio de 1953.
Allí estaban los guardias de la tiranía, armados y custodiando esa zona que daba acceso a la fortaleza y a las casas donde vivían los principales oficiales del cuartel.
Algo raro sucedía.
Tenía yo apenas ocho años y en mis pocos conocimientos de la verdadera magnitud de los hechos que acaecían en el país, algo desconcertante llamaba mi atención.
Un grupo de personas decían cosas frente a los militares, saltaban, festejaban, y gritaban: ¡Viva Fidel! ¡Abajo la dictadura! y muchas cosas más que no recuerdo, era un verdadero desafío. Los soldados, en una actitud desconocida, se mantenían impasibles a pesar de la fama que tenían de criminales, abusadores, intolerantes y asesinos...
Festejos, más abiertos, verdaderos jolgorios populares tenían lugar en otras partes de la ciudad, sobre todo en barrios de la periferia donde vivía una población muy pobre, pero muy revolucionaria.
Para sorpresa mía los hechos cada vez me acercaban más a la verdadera esencia de los acontecimientos, estaba interpretando mejor la situación. Sabía de lo que ocurría en la Sierra Maestra, de los enfrentamientos de los revolucionarios con los sicarios de Batista en las calles de la urbe, de los tiroteos, de los jóvenes que amanecían asesinados, de las crueldades de aquel régimen. Cosas que, aunque en voz baja, a diario se comentaban en todas las casas.
Continuamos nuestro andar, y en la calle Carnicería, entre Enramadas y la no menos popular Aguilera, se encontraba una de las más conocidas estaciones de policía de Santiago de Cuba. Allí ocurría algo que nunca he olvidado.
Jóvenes con brazaletes del 26 de Julio y algunas armas largas desarmaban a los policías que se encontraban en las afueras de esa estación, adonde cada día eran conducidos, interrogados, vejados, maltratados, y hasta asesinados los revolucionarios que luchaban de forma clandestina en las calles santiagueras.
Era como si se estuviera llevando a cabo una trasferencia de mando, sin violencia, sin luchas, sin más derramamiento de sangre.
Ya en horas de la tarde un grupo de familiares estábamos reunidos en una casa en la calle San Francisco, frente a la iglesia del mismo nombre, muy cerca del Callejón del Muro, donde fue vilmente asesinado el Jefe de Acción y Sabotaje del M-26-7, el inolvidable Frank País García.
Para entonces Fidel había llamado al pueblo de Santiago a recogerse en las casas, mantenerse protegido mientras las fuerzas revolucionarias daban caza a los esbirros y asesinos.
Santiagueros: La guarnición de Santiago de Cuba está cercada por nuestras fuerzas. Si a las seis de la tarde del día de hoy no han depuesto las armas, nuestras tropas avanzarán sobre la ciudad y tomarán por asalto las posiciones enemigas, les informó el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, a través de la Radio Rebelde.
Santiago de Cuba: Aún no eres libre. Ahí están todavía en tus calles los que te han oprimido durante siete años, los asesinos de cientos de tus mejores hijos. La guerra no ha terminado porque aún están armados los asesinos, les dijo.
Santiago de Cuba: serás libre, porque tú lo mereces más que ninguna, porque es indigno que por tus avenidas se paseen todavía los defensores de la tiranía.
De vez en vez se oían disparos y se veían personas corriendo. Eran los revolucionarios que perseguían a los esbirros, a los llamados chivatos, aquellos que se dedicaban a delatar a quienes apoyaban la lucha insurreccional, aquellos que contribuyeron a asesinar a Frank, aquel 30 de julio de 1958.
¿Vieron pasar a dos hombres por aquí?, preguntaron a las personas que estábamos en el corredor de la casa: Sí, eran un blanquito y un negrito, bajaron por esa calle. Un rato después eran capturados y conducidos en un jeep descapotado. Aplausos al pasar nuevamente frente a la vivienda. Ya se estaba haciendo justicia.
El primero de enero de 1959 es en sí, un día de mucha historia por contar. Por eso la mía no concluye aquí. Quedaban muchas emociones por vivir para el niño y para ese aguerrido pueblo de Santiago de Cuba, que tanto luchó y tanta sangre derramó para que se hiciera realidad esta gran Revolución.
Quedaba la entrada triunfal esa noche de las tropas rebeldes, los barbudos y su líder Fidel.
Cada año, el día cinco de enero mis padres me llevaban a ver la llamada cabalgata de los Reyes Magos, aquellos que en la madrugada del seis, supuestamente traían los juguetes que pedíamos en nuestras ingenuas cartas, y que al día siguiente las solicitudes solo se cumplían para los hijos de los poderosos.
Recuerdo que fuimos hasta el paseo Martí, popular avenida de la barriada de Los Hoyos, pero ese día no pasaron los reyes. Por allí desfilaron las columnas rebeldes que entraron a la ciudad por la zona del reparto Marimón.
Venían de los alrededores de El Cobre, poblado liberado jornadas antes y desde donde se preparó el cerco a la ciudad para la ofensiva final que concluiría con la toma de Santiago de Cuba.
Fue una entrada triunfal y pacífica, el tirano se había ido y el último reducto militar de la tiranía se había rendido.
Aquellos hombres entraron con sus fusiles en alto, entonando las notas de la marcha del 26 de Julio, aclamados por el pueblo, con sus largas barbas y multicolores collares confeccionados con semillas recolectadas en el monte.
Las mujeres se acercaban a los jóvenes rebeldes, les pedían o simplemente les arrebataban un objeto para tener un recuerdo, los besaban como muestra de cariño y agradecimiento.
Esta vez sí entraron las tropas a Santiago, allí no estaban los norteamericanos para impedírselo. Allí estaban sus padres, hermanos, familiares y amigos, que los vitoreaban. Yo, en mi inocencia infantil, y al verlos con sus largas barbas recordé a los reyes magos, para mí ese día no hubo Cabalgata.
Quizás no me equivoqué tanto al pensar que aquellos hombres venían sin camellos ni bolsos llenos de juguetes. Ellos traían mochilas y sacos llenos de ideas, muchas sorpresas y felicidad para los niños y el pueblo humilde, esperanzas, que ya el abogado Fidel Castro Ruz, en su alegato La Historia me Absolverá había vaticinado.
Ese mismo día, al filo de la media noche, Fidel convocó al pueblo a reunirse frente al Parque Céspedes. Desde el balcón del Ayuntamiento santiaguero, el máximo líder de la Revolución Cubana expresó: “¡Al fin hemos llegado a Santiago! Duro y largo ha sido el camino, pero hemos llegado.
El primero de enero de 1959 sí entraron a Santiago los verdaderos Reyes Magos para quedar en la historia y la memoria del pueblo. Ese que se prepara para recibir para siempre al invicto Comandante, que escogió como última morada a la ciudad rebelde, heroica y hospitalaria, para ahí descansar para siempre, muy cerca del Héroe Nacional José Martí.
Nuevamente el pueblo de Santiago lo acogerá con los brazos abiertos y en nombre de todos los cubanos le rendirá el último tributo, y lo acompañará en su definitivo viaje hacia la inmortalidad.
Carlos M. Barrueco Ríos
412
02 Diciembre 2016
02 Diciembre 2016
hace 8 años