A seis décadas de Alegría de Pío, Fidel sigue dando luz de aurora

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Jorge Wejebe Cobo
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02 Diciembre 2016

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Hace 60 años, tras ocurrir el desembarco del yate Granma por Las Coloradas, en la costa sur de la actual provincia de Granma, y al ser de conocimiento del régimen, el jefe de operaciones del ejército en la zona, le preguntó al dictador Fulgencio Batista: "¿General, qué hago con Castro si lo capturo vivo?" y le respondió: "Quémalo, que el aire se lleve sus cenizas y nadie sepa dónde está su tumba. No quiero otro Guiteras."
Seis décadas después, retorna a esa zona oriental el Comandante invicto, ese hombre de mil batallas que recibió en Bayamo un homenaje póstumo, y aunque nos abandona físicamente, nos deja un legado imperecedero, tal como se confirma en las muestras de respeto y compromiso revolucionario de millones de cubanos que así lo patentizan a lo largo del recorrido del cortejo que lo conduce a Santiago de Cuba.
En aquellos días convulsos de diciembre de 1956, la misión fundamental del ejército batistiano era detectar a los exhaustos expedicionarios y atacarlos por sorpresa, como ocurrió el cinco de diciembre en Alegría de Pio.
Los revolucionarios, bastante agotados y en malas condiciones después de una larga caminata por terrenos pantanosos y tras perder la mayoría de la logística elemental, solamente llevaban consigo las armas y las municiones y estaban bajo la constante amenaza y vigilancia de la aviación.
En esas circunstancias llegaron a Alegría de Pío, lugar situado cerca de Cayo Cruz, en el municipio de Niquero, actual provincia de Granma.
Ernesto Che Guevara fue cronista de la epopeya y el cinco de diciembre de 1956 lo reflejó de esta manera en sus vivencias publicadas mucho después, cuando la Revolución triunfó:
“Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otros abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado. El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche inmediata”.
El Che narró con precisión el comienzo del ataque del ejército de Batista, y lo que él estaba haciendo unos instantes antes: “El compañero Montané y yo estábamos recostados contra un tronco, (…) cuando sonó un disparo; una diferencia de segundos solamente y un huracán de balas -o al menos eso pareció a nuestro angustiado espíritu
durante aquella prueba de fuego- se cernía sobre el grupo de 82 hombres”.
Ernesto Guevara fue herido en el cuello y se vio ante la disyuntiva de cargar una caja de proyectiles y dejar su mochila de las medicinas, lo cual prefiguraría su verdadera vocación de combatiente.
En tanto, Fidel con su fusil de mira telescópica enfrentaba a los soldados y al tiempo que apoyaba con su fuego la retirada de sus compañeros, les ordenaba penetrar en el tupido bosque para estar a buen recaudo.
Fue contundente la frase de Juan Almeida en medio del diluvio de disparos, cuando en tono enérgico le afirmó a un combatiente que pensaba rendirse: !Aquí no se rinde nadie! Y dijo una palabra fuerte. Con precisión y coraje dirigió a un grupo en la retirada.
Raúl también encabezó otro grupo y de forma independiente a los de Fidel y Almeida salieron del cerco de fuego del enemigo y se internaron en la Sierra.
La soldadesca de la dictadura al no poder capturar ni matar a Fidel, como había ordenado Batista, tomaron represalias y en los siguientes días del combate de Alegría de Pío, se ensañaron con cuanto hombre encontraban en la zona y asesinaron a 21, casi todos muertos a mansalva.
Niquero vivió jornadas luctuosas y su cementerio fue el lugar escogido por los soldados para llevar a la mayoría de los cadáveres, hasta la cifra de 16 para incinerarlos y enterrarlos en una fosa común. El pueblo tuvo una reacción de ira y los asesinos desestimaron tal afrenta.
En la relación de los caídos figuran José Ramón Martínez, Armando Mestre, Luis Arcos Bergnes, Andrés Luján, Jimmy Hirzel, Félix Elmuza, Miguel Cabañas, José Smith Comas, Tomás David Royo, Antonio (Ñico) López, Cándido González, Noelio Capote, René Reiné y Raúl Suárez.
Los grupos de sobrevivientes siguieron el rumbo hacia la Sierra Maestra y su propósito era unirse al resto de los combatientes y a Fidel, lo cual lograron pocas jornadas después.
Fue el 18 de diciembre cuando el grupo de Fidel y Raúl se hallan en Cinco Palmas, en la Sierra Maestra, en un emotivo encuentro en el que los dos hermanos se abrazaron y en medio de la alegría el líder de la Revolución preguntó:
—¿Cuántos fusiles traes? —le dijo a Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra”!
Tal exclamación denota la fe en el triunfo que tenía Fidel, quien transcurridos 60 años y tras dejarnos físicamente, sigue dándonos la fortaleza y la convicción para todos unidos, exclamar: ¡Hasta la victoria siempre, Comandante!