Guantánamo, 7 jun (ACN) Para Lisette Solórzano, directora de la Fototeca de Cuba, Raúl Corrales (1925-2006) era un hombre divertido, vivaz, muy activo y de pueblo, como reveló en un encuentro desde el Video Bar de Guantánamo, durante el evento Boti, dedicado al centenario de quien fuera uno de los fotógrafos más importantes de Cuba.
Solórzano tuvo la posibilidad y el privilegio de conocerlo cuando trabajaba en la Fototeca de Cuba, antes de ser directora, donde se desempeñaba como especialista en los laboratorios y él se apareció para que ella le imprimiera su obra.
Yo me quedé estupefacta, fría, porque a Raúl Corrales no había quien le tocara los negativos; él mismo imprimía su obra y lo hacía muy bien, pero como ya estaba mayor y no veía mucho me hizo imprimirlo, eso fue un honor para mí, expresó.
Más allá del reconocido "fotógrafo de la Revolución", sus incursiones en la Sierra Maestra o su Premio Nacional de Artes Plásticas (1996), Solórzano destacó al hombre detrás del lente, el humilde que realizó otros oficios distintos desde joven antes de abrazar la fotografía.
Nacido en 1925 en Villa Clara, Corrales llegó a La Habana siendo un niño que trabajó como limpiabotas y vendedor de frutas antes de descubrir su vocación, una que llegó, como destacó Lisette, con la invitación a ser valet de Jorge Negrete, cantante mexicano que visitó el país en 1930, 1940, y Raúl como su chofer se colaba en los sets de filmación donde descubrió qué era una cámara y de qué trataba.
Su fascinación lo llevó a ahorrar para comprar su primera cámara, de 127 milímetros, aunque no tenía dinero para imprimir; sin embargo, cogía un bombillo, sus negativos y podía ver sus imágenes, las primeras de Raúl Corrales, siendo un adolescente y muchacho, añadió la también artista visual.
La oportunidad llegó como mozo de limpieza en Cuba Sono Film, productora de 1938 fundada por el Primer Partido Comunista Cubano donde un día sustituyó al fotógrafo de guardia; usó una cámara de la época-gigantesca y con bombillos que estallaban tras cada flash, que solo servía para una foto, explicó Solórzano, pero fue suficiente, para que en 1944 comenzara su carrera en revistas como Carteles, Bohemia y Hoy.
Corrales se convirtió en cronista visual de la Revolución, y su lente inmortalizó momentos fundacionales: Fidel en la Sierra, los milicianos en Playa Girón, la figura del Che, obras como La boda del miliciano (1961) o Caballería y muchas más trascendieron lo documental para convertirse en símbolos de una era.
Su técnica era instintiva, trabajaba con contrastes claros oscuros, si el sol quemaba que rajaba piedra él conseguía la foto igual, dijo Lisette, y mostró Escuela al campo (1980), donde retrató a jóvenes bebiendo de una fuente, la primera en medio de esa etapa, una Cuba épica y cotidiana.
Él le dijo una vez a un periodista: "yo no busco una buena fotografía, yo veo una buena fotografía" y así fue su obra El sueño (1963), donde un guerrillero dormita bajo un cuadro de mujer desnuda, incluida entre las 100 mejores fotografías del mundo, y sus imágenes hoy cuelgan en museos de Europa y América, detalló orgullosa.
Los Premios como Doctor Honoris Causa en el Arte en 2005, Medalla "Alejo Carpentier" (1982), Orden "Félix Varela" (1988) y otros son bien merecidos, reconoció la directora de la Fototeca de Cuba sobre este hombre que también creó la sección de fotografía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Aunque falleció en 2006, continúa un legado que trasciende lo documental, no solo la historia, sino el arte detrás de ellas, aclaró Solórzano, y recordó que él decía "si volviera a nacer sería un fotógrafo de nuevo; he andado siempre de prisa por la vida y elegí lo más rápido, elegí captar imágenes", y así era, hasta con 80 años siempre andaba de prisa, exclamó la también jurado del concurso Regino Eladio Boti.